Título: J
Autor: Howard Jacobson
Traducción: Antonio Rivero
Taravillo
Publica: Sexto Piso
Páginas: 392
Precio: 23 €
Viendo las noticias en el telediario,
sabiendo lo que pasa en el mundo últimamente, lo raro sería no creer que en
algún momento ocurrirá algo tan grave, que cambie para siempre nuestra manera
de ver y vivir el mundo. Tras ese hecho, habrá que construir una nueva
sociedad, un nuevo sistema. ¿Cómo sería en el caso de que la gente prefiriera
enterrar lo que nos llevó al desastre? ¿Cómo se comportaría la gente si esta
nueva sociedad impusiera una docilidad y una calma que no son tales? La
respuesta la encontraréis en J, la
novela de Howard Jacobson de la que a continuación os hablo.
Nos encontramos en un
hipotético futuro, no muy lejano, en el que la gente no quiere hablar de algo
terrible que tuvo lugar y, cuando han de mencionarlo obligatoriamente, se
refieren a ello como LO QUE SUCEDIÓ, SI ES QUE SUCEDIÓ. En este mundo en el que
todos piden perdón continuamente, los nombres de las personas y las ciudades
han sido cambiados y todo lo que no invite a una calma artificial y tensa ha
sido censurado estrictamente, nos encontramos con Kevern Cohen. Kevern siempre
ha vivido en Puerto Rubén. Tras la muerte de sus padres, se quedó con la casa
familiar, el negocio de las esculturas de madera que vende a los turistas en
algunas tiendas de la zona, un montón de manías y una melancolía extrema que le
hace pasar mucho tiempo cerca del acantilado, tal vez pensando en tirarse o no
al mar. Kevern descubre que no siempre va a estar solo el día que aparece en el
pueblo Ailinn Solomons. Ailinn, una huérfana que ignora por completo el pasado
de su familia, se ha trasladado a una casa en el campo con una extraña amiga de
nombre Esme Nussbaum. En cuanto conoce a Kevern, y tras comenzar una relación
amorosa con él, Ailinn se trasladará a vivir a su casa. Allí descubrirá no solo
que el hombre al que ama tiene más cicatrices de las que ella pensaba sino que
la vida de ambos se ha unido tal vez no por el azar.
Como decía al principio
de esta reseña, con los datos que nos aportan las noticias hoy en día, no sería
muy disparatado pensar que algo demasiado grande como para ser controlado pueda
estar a punto de pasar. Howard Jacobson también ha pensado en ello. Teniendo en
cuenta problemas como los de las migraciones hacia Europa tanto de refugiados
como de inmigrantes ilegales, el racismo, los extremismos religiosos, las
ocupaciones militares y las armas de destrucción masiva ha trazado un mundo
postapocalíptico en el que las cosas están a punto de torcerse de nuevo.
Kevern y Ailinn son dos
náufragos de este mundo singular. Dos seres atormentados condenados a estar
juntos. Un par de enamorados que han de luchar contra el mundo y contra ellos
mismos. De ello nos dan cuenta tanto el narrador en tercera persona que los
sigue a todas partes como aquel en primera, encarnado en la irritante figura de
Edward Everett Phineas Zemansky, un profesor de artes visuales benignas (en
este futuro no es posible dibujar nada que pueda desagradar a alguien) pagado
de sí mismo.
La clave está en LO QUE
SUCEDIÓ, SI ES QUE SUCEDIÓ. Como nadie habla claramente de ello, deberemos
estar atentos en todo momento para encontrar las pistas certeras que nos harán
entender qué tipo de horrible situación se vivió, qué fue lo que cambió el
mundo hasta el punto de convertirse en un lugar demasiado sumiso donde la
violencia está a punto de saltar de nuevo.
J,
obra Finalista del Man Booker Prize, en definitiva, es una interesante historia
futurista distópica que, sin embargo, nos hace pensar mucho en nuestro
presente, en los problemas globales y locales de hoy en día, en cómo pueden
acabar las cosas si no ponemos remedio a esta escalada de violencia, de intolerancia,
de impasividad... Esta inquietante novela, tan llena de personajes imperfectos,
malas intenciones pero también esperanza, no solo agradará a todos los lectores
de narrativa literaria, sino también a los amantes de la ciencia ficción de
calidad que busca remover todo tipo de sentimientos en el lector. Yo que tú, no
me la perdería.
Cristina Monteoliva