¿Qué ha supuesto
para Samanta Schweblin ganar el Premio Internacional de Narrativa Breve Rivera
del Duero con Siete casas vacías?
Una inmensa alegría, por supuesto. Es el premio más prestigioso para
libros de cuentos en habla hispana, y ha tenido además una lista de finalistas
muy interesantes. Es un premio que también ayuda a encontrar nuevos lectores,
le da mucha visibilidad al libro y eso siempre se agradece.
En la nota
biográfica que acompaña a este libro se hace saber al lector el buen número de
premios que has obtenido con tus libros y relatos. ¿Qué crees que tienen tus
cuentos, en concreto, para llamar la atención de los jurados?
Es difícil para mí pensar en eso. De hecho, supongo que si
hiciera el intento de escribir para un jurado escribiría textos muy diferentes.
O no, no sé. No es algo tampoco que me interese pensar. La literatura siempre
es subjetiva, y los jurados, por más transparentes y bien intencionados que se
presuman, también lo son.
¿Qué tiene que
tener para ti un buen cuento?
Tiene que contarme un mundo que, por alguna razón, me prometa
algo a cambio de su lectura. Un personaje extraordinario, una revelación, el
descubrimiento de algo nuevo que solo puede entenderse siguiendo adelante con
la lectura. Tiene que tener tensión, esa tensión suave pero poderosa que va
haciendo desaparecer poco a poco el entorno del lector, y en cambio vuelve
material el mundo de la historia. Y sobre todo, debe cumplir con todo lo que ha
prometido.
La nota
biográfica también dice que en 2014 publicaste tu primera novela, Distancia de
rescate. ¿Te cuesta más escribir novela que relato o viceversa? ¿Te ves
publicando más novelas en el futuro?
Escribo historias, eso es lo que siento cuando me pongo a
escribir. Así como algunas son más oscuras o más graciosas, hay algunas también
más largas. Supongo que si escribiera novelas de 400 páginas no opinaría lo
mismo. Pero entre escribir una historia de cuarenta páginas o una de ciento
treinta –como es el caso de Distancia de rescate-, la longitud me parece algo
casi anecdótico, y prácticamente no interfiere en mi proceso de escritura.
¿Y qué prefieres
leer: cuento o novela?
Me interesa un tipo especial de historias, a
veces vienen en formato de cuento, a veces en formato de novela. Así como busco
un tipo de historias cuando escribo, y a veces las encuentro en textos largo o
y otras veces en textos cortos, así también busco mis lecturas. Busco climas,
narradores, voces, cierto tipo de extrañamiento, determinados escritores. Creo
que nunca tuve que hacerme la pregunta de "cuento o novela". La
extensión me parece algo anecdótico, una consecuencia de lo que se está
contando. Si un amigo llama para decirme que tiene algo extraordinario para
contarme no le pregunto si le tomará diez minutos o dos horas, simplemente le digo
"voy para allá", y corro a ponerme las zapatillas. Eso es lo que
importa frente a un libro, la avidez por la lectura.
Volviendo a
Siete casas vacías, ¿qué significan para ti las casas de este volumen?
Lo que son: espacios rígidos y concretos en los que nos
refugiamos. Ambientes donde pueden cambiarse de lugar los muebles, pero nunca
las dimensiones. Techos y paredes que nos cubren del frío, de la lluvia, del
sol, pero también nos contienen, nos recortan, nos encierran. Lugares en los
que, quizá porque nos sentimos tan seguros, somos muy vulnerables.
¿Hay algo de
autobiográfico en estos cuentos o todo es invención?
Hay algunos detalles autobiográficos. Pero son pequeños
detalles, a veces incluso disparadores de las historias, pero nunca centrales.
Por ejemplo, cuando yo era chica mis padres, en los veranos de vacaciones en la
playa, a veces salían a mirar casas. Lo hacían porque estaban construyendo la
suya, y entonces tomaban nota de algunas ideas, pero a mí salir a mirar casas
me parecía algo rarísimo. Los personajes de “Nada de todo esto” no tienen
absolutamente nada que ver con mi familia, pero ese pequeño detalle fue lo
primero que apareció en este cuento.
El único pasaje del libro que sí es autobiográfico es la primera
parte de “Un hombre sin suerte”. Ahí estoy yo, esa narradora que dejan sin
bombacha el día de su cumpleaños porque su hermana acaba de tomarse una taza de
lavandina.
¿Qué relato te
ha costado más escribir?
La respiración cavernaria, sin duda. Fue uno de los primeros
cuentos que empecé, y de los últimos que terminé. Saqué muchísimo material, en
sus primeras versiones era casi una pequeña nouvelle. Creo que lo que más
trabajo me dio es lidiar con un texto que necesitaba ser moroso, pero no podía
de ninguna manera ser lento.
¿Te sientes
identificada con tus personajes?
Solo con algunos. Por ejemplo, la manera insólita en que el
personaje de “Salir” resuelve sus problemas. O lo perdido que a veces se siente
el personaje de “Cuarenta centímetros cuadrados”. Pero también puedo reírme de
ellos, o pueden parecerme insoportables. No me había pasado antes pero me
acuerdo que Lola, de “La respiración cavernaria” me hizo reír varias veces
durante su escritura. Tenía salidas insólitas que realmente me sacaban una
sonrisa. Es insoportable.
¿Qué esperas que
encuentren los lectores en Siete casas vacías?
Siete espacios distintos que los inviten a descubrir algo nuevo
en ellos mismos, maneras nuevas de pensarse o de ver a los demás, de entender
porqué nos pasan las cosas que nos pasan. O mejor todavía, lo que yo espero al
leer una historia: pasarla bien, y aún así, obtener a cambio de ese tiempo algo
nuevo y valioso. Hoy estoy más pretenciosa, ja, ja.
¿Qué nuevos
proyectos literarios tienes en marcha?
Ahora estoy trabajando con dos historias nuevas, pero están muy
verdes todavía para hablar de ellas.
Muchas gracias a
Samanta Schweblin y a Juan Casamayor (editor de Páginas de Espuma) por vuestro tiempo, las respuestas y las
fotos. Espero que el libro siga cosechando mucho éxito y pronto sepamos de más
proyectos de Samanta y Páginas de Espuma.
Cristina Monteoliva