Tan solo tres días después del triste
aniversario de la muerte de Federico García Lorca decidimos ir por fin a ver el
lugar en el que descansan, o alguna vez descansaron, los restos mortales del
genialísimo escritor, el mismo barranco en el que fueron fusilados tantas
personas inocentes. Digo por fin pues hasta la fecha nunca antes se nos había
ocurrido acercarnos a dicho lugar. Ya se sabe cómo son ciertas cosas, que las
vas dejando y cuando te quieres dar cuenta, al final pasan años. Lo importante,
al final, es acabar haciéndolas si de verdad se quieren hacer. Ahora pienso que
hemos tardado en visitar el lugar pero que sin duda no tardaremos en volver en
otras ocasiones.
Víznar, municipio en el
que se encuentra el barranco de igual nombre, es una localidad bastante cercana
a la ciudad de Granada a la que se accede fácilmente por la autovía. Una vez en
el pueblo, los carteles indican que siguiendo la carretera rural de la
izquierda se llega hasta el barranco. Emprendimos nuestra excursión ya entrada
la tarde y nos llamó la atención que tanta gente fuera a caminar por aquella
carretera que, como he leído después, une Víznar con Alfacar. A mí también me
sorprendió que, una vez que nos acercábamos al barranco y siendo este un punto
de referencia, no se hubiera acondicionado ninguna zona para aparcar los
coches, aunque como no había muchos vehículos circulando, no fue difícil
encontrar un hueco en el arcén.
El camino al barranco
propiamente dicho comienza, al menos el que nosotros seguimos, frente a la
acequia de Aynadamar, una de las más importantes de Granada desde tiempos
remotos y todo un símbolo para la gente de Víznar. A pocos metros de la
carretera, se encuentran los primeros símbolos y carteles informativos, si bien
el de la ruta rural (el de senderismo) nos resultó tan confuso, que pensamos
que para llegar al lugar que queríamos visitar tendríamos que caminar, cuesta
arriba, durante unos cuarenta minutos, en vez de unos cinco, como en realidad
ocurrió. Creo que esta misma confusión la sufrió la única pareja interesada en
el cartel, pues tras mirarlo durante un minuto, desistieron de seguir y
volvieron a su vehículo o al camino a pie por la carretera.
©
Cristina Monteoliva.
Tras subir una suave
pendiente, llegamos a una zona llana y, enseguida, al lugar señalado. El sitio
ha sido acondicionado para seguir un recorrido circular en el que destacan,
como elementos construidos para seguir este recorrido, los dos puentes de
madera. Decidimos atravesar el puente que teníamos a la izquierda, el que nos
mostraba una primera zona de terreno plano a esa misma altura. Continuando el
camino hacia adelante y después a la derecha, teníamos otra zona llana en la
que se habían efectuado dos catas arqueológicas y se presentaban dos bancos de
piedra con lápidas que recordaban a los asesinados en aquella zona, sus nombres
y sus profesiones. El conjunto se completa con una hondonada, la zona de
barranco propiamente dicha, presidida por un monolito ante el que se muestra
una fila de flores que impresionan tanto por la cantidad como por el estado
lamentable en que se encuentran (un estado normal, si tenemos en cuenta la
época del año; pero no si pensamos que tal vez el sitio debería estar más
cuidado).
©
Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
© Cristina Monteoliva.
En el lugar encontramos
varias placas que hacen alusión a Federico García Lorca. La más significativa
es aquella que reza “Lorca éramos todos” pues es importante recordar que
aquella noche que el escritor granadino fue quitado de en medio tan vilmente no
estaba solo. Muchos fueron los que también murieron aquí y es necesario
recordarlo. Todos eran importantes. Por eso me entristece que en el lugar en el
que cayeron se respire ese aire no solo fúnebre y sombrío, sino de abandono, y solo
nosotros, una pareja y su perro, fuera a rendirles un breve homenaje en una
tarde de agosto tan propicia para cualquier tipo de excursión.
Abandonamos el barrando
de Víznar pensativos y cabizbajos. El fúnebre cantar de las cigarras,
escondidas entre en los altos y frondosos pinos que convierten el lugar en un
sitio tan sombrío, nos acompañó hasta el coche.
Allá dejamos los ecos
del pasado, con aquel terrible último paseo, aquellos últimos pensamientos de
los fusilados, sus deseos y sueños rotos. Allá dejamos al narrador y poeta,
aquel que estuvo cerca del pueblo hasta el final. Allá dejamos físicamente el
barranco, convertido un día en lugar de ejecución y entierro.
De allá nos trajimos la
esperanza de haber honrado a aquellos fallecidos de forma apropiada. De allá
nos trajimos la tristeza del alma al saber que un ser humano es capaz de hacer
cosas tan terribles a otro. Y de allá nos trajimos nuestras ganas de deciros
que si os gusta Federico García Lorca y pasáis por el centro que lleva su
nombre en la ciudad y la Huerta de San Vicente y luego vais también a
Fuentevaqueros, no dejéis también de rendirle homenaje, tanto a él como al
resto de fusilados al Barranco de Víznar, un lugar tan solemne y cargado de
significado como cercano a la capital granadina.
Cristina Monteoliva
©
Cristina Monteoliva.