Título: Las niñas clandestinas de Kabul
Autora: Jenny Nordberg
Traductora: María Eugenia Frutos
Editorial: Capitán Swing
Páginas: 384
Precio: 20 €
Todos
conocemos por los telediarios los convulsos años que ha sufrido Afganistán
desde la invasión estadounidense de 2001. La inestabilidad de la región, sin
embargo, viene de muchísimo antes. En la década de los 80 del siglo pasado se
produjo la invasión del país por parte de la U.R.R.S. y posteriormente se llevó
a cabo la implantación del régimen Talibán, de corte islamista ultraortodoxo.
Por su posición y características geográficas, Afganistán ha oscilado en su
historia entre el interés en su sometimiento de las grandes potencias y su
introversión cultural.
Pero
si hay una imagen arquetípica que tenemos asociada a Afganistán es la de la
mujer vestida con el burka tradicional, el mismo que las normas sociales le
obligan a vestir y que le impide mostrar poco más que los ojos. Ser mujer en
Afganistán es estar sometida a multitud de cargas sociales y, como
contraprestación, no tener ningún derecho. La mujer no tiene permitido salir ni
mucho menos trabajar si no es con el permiso del hombre que ejerza de tutor, ya
sea su padre o su marido. Los matrimonios son concertados, siendo la dote
muchas veces una fuente de ingresos necesaria para la familia de la novia y, por
tanto, la función de esta se limita al hogar y a proveer de hijos a su marido. Cualquier
otro planteamiento puede poner muy en riesgo su reputación y, lo que es aún
peor, la de toda su familia.
En
una sociedad tan patriarcal, el que una familia no tenga varones es un gran
problema, tanto que los progenitores se pueden ver obligados a vestir a una de
sus niñas como si fuera un niño. Es lo que llaman «bacha posh» y es la realidad
que nos va a descubrir el ensayo de investigación Las niñas clandestinas de Kabul de la periodista Jenny Nordberg. En
su libro, Nordberg entreteje varias historias reales de astas niñas-niño. Mehram,
por ejemplo, es una de las cuatro hijas de Azita, una de las pocas mujeres
parlamentarias de Afganistán.
Una
mujer que no es capaz de tener hijos varones es llamada peyorativamente «koktar zai» («la que sólo tiene niñas»). Y es que existe la creencia popular de
que las mujeres pueden decidir si se concentran o si comen determinados
alimentos el sexo de su descendencia. Para la carrera política de Azita, no tener
hijos es una pesada carga: ¿cómo va a saber crear políticas para su país si ni
siquiera puede darle un hijo varón a su marido? De tal manera que viste a su
hija de niño asumiendo esta todo el comportamiento y educación de un niño. Todos
ganan: su marido tiene un hijo al que enseñar, Azita puede lucirse como mujer
completa por tener un niño varón y Mehram puede acceder a la libertad que no
tendría siendo una niña. Curiosamente su entorno, aunque sepa la verdad, no tiene
grandes problemas en aceptar la nueva situación. Además, Azita lo considera una
oportunidad para Mehram ya que, en su infancia, también fue durante un tiempo
una niña-niño.
Puede
haber varias razones por las que una familia decide convertir a una de sus hijas
en hijos. Existe la creencia de que para que una mujer tenga un niño varón es
importante ver habitualmente uno. De esta forma, si una mujer tiene varias
niñas viste a una de niño para que la «reprograme». También Nordberg nos cuenta
el caso de Shukria, otra niña educada como niño, que tenía como misión proteger
y ayudar a su hermano mayor para que no estuviera solo, ya que los padres sufrieron
la pérdida de un hijo anterior.
En
cualquier caso, las «bacha posh» son educadas como niños hasta, normalmente, la
llegada de la pubertad, cuando su físico va cambiando peligrosamente y es
difícil de ocultar. El cambio de una persona que ha sido educada como niño, con
los privilegios y libertades asociados al hombre, a ser, de repente, una mujer
adolescente casadera con su libertad de movimientos coartada, suele ser
traumático. Una muchacha de 14 a 16 años puede ser prometida con cualquier
persona por decisión de los padres, y ellas apenas pueden intervenir. Así lo han vivido Zahra y
Shukria que, después de vivir con actitudes de niño, se enfrentan a
graves problemas de adaptación a su nuevo rol. Las mujeres solo pueden trabajar
con el permiso del marido, por lo que para Shukria, que había estudiado y
trabajaba, era imprevisible saber si podría continuar con algo parecido a su
estilo de vida después de casada. Zahra rechaza tajantemente la posibilidad de
tener un marido o de adquirir nuevamente los hábitos propios de una mujer. En realidad, estas chicas ni saben moverse ni
tienen las actitudes que tradicionalmente deben tener las mujeres afganas, por
lo que tienen dificultades de ser aceptadas tanto por los hombres como, especialmente,
por otras mujeres.
En
Las niñas clandestinas de Kabul,
Jenny Nordberg, no se limita a contarnos la vida de éstas niñas-niño. Obviamente,
sus historias están mezcladas con la vida de las personas que las rodean, de la
cultura milenaria del país donde han nacido y de su coyuntura política
resultado de las diversas influencias, revoluciones, conquistas de los últimos
años. Debemos tener presente que la vida
en las capitales y en los pueblos rurales en Afganistán ha sido muy distinta. Tras
la conquista (o el intento) de Afganistán por parte de la U.R.R.S. se trató de
implantar una sociedad moderna en la que se apostara por la igualdad de sexos y
que produjo una generación que había tenido acceso a estudios superiores. Sin
embargo, la toma de poder por parte del régimen Talibán produjo un retroceso de
siglos que trata de ser enmendado con mejor o peor fortuna por parte de la
comunidad internacional.
Desde
mi punto de vista, Las niñas clandestinas
de Kabul transciende el hecho de estudiar un país concreto. Afganistán es
en realidad una ventana abierta al pasado del propio occidente y una
posibilidad de estudiar una sociedad en la que el sexismo se manifiesta de una
manera tan radical. Este libro nos ayuda a reflexionar sobre los roles de
género que se han tenido en las sociedades tanto en el pasado como en el
presente, observando la independencia real de estos roles con la biología con
la que se ha nacido. No obstante, las niñas-niños son aceptadas con cierta
normalidad, lo que implica que una cultura tan sexista, acepta implícitamente
que una persona nacida mujer tiene las mismas capacidades que un hombre, al
mismo tiempo que las relega a una posición de inferioridad. Pero también podemos observar los peligros de
intentar imponer esa igualdad desde fuera: la igualdad de la mujer se ve como
una imposición de occidente, lo que implica que los conservadores del país se
apeguen aún más a esa estructura social.
Como
podéis comprobar, en Las niñas
Clandestinas de Kabul, Jenny Nordberg acomete de forma brillante una
investigación tan compleja en una sociedad tan cerrada y nos ayuda a
plantearnos preguntas más allá de su tema central. Este es un libro necesario para ayudarnos a
entender los roles de género y el funcionamiento de una sociedad patriarcal en
su máximo exponente. Todo eso llevado a cabo desde una mezcla de objetividad y
un acercamiento humano a las personas que se ven inmersas en esa sociedad, quieran
o no.
Sergio M. Planas
©
Sergio M. Planas.