Si te pirra el
chocolate, sin duda tienes que probar el belga. ¿Podría algo tan dulce y
exquisito estar ligado a un crimen? ¿Por qué no? Uno que estuviera relacionado
con el dueño de una fábrica de chocolates belgas, por ejemplo, como vemos en La muerte sabía a chocolate, la novela
de Pascal Buniet ganadora del IX Premio Wilkie Collins de Novela Negra y la
obra que comentaremos en esta reseña.
Bernard
Decréqui es un detective de compañías de seguros que ha perdido recientemente a
su mujer por culpa del cáncer. Precisamente por su trabajo, Bernard conoce a
Alfred Van der Mersch, el propietario de una fábrica de chocolates en Steveren,
Bélgica, y propietario de una casa en el sur de la isla de Tenerife, justo en
un asentamiento de jubilados belgas. Alfred ofrecerá al afligido Bernard su
casa en Tenerife para que el detective se retire por un tiempo, hasta que se
recupere un poco por la muerte de su esposa. Será el mismo día en el que
Bernard llegue a Tenerife, lugar en el que pronto se integrará en la comunidad
de sus compatriotas al tiempo que conoce otras realidades de la isla gracias a
Pepe el Belga, el dueño del restaurante “Estrella de mar”, cuando Alfred
aparezca muerto en su casa. Del caso se hará cargo el inspector Tony Bellanger.
¿Encontrará este alguna relación del caso con Bernard?
Bernard
Decréqui es un joven detective con su propia empresa que generalmente colabora
con compañías de seguros. Los extraños robos en la casa de Alfred Van der
Mersch le llevarían a conocer al empresario que más tarde le cedería su casa en
Tenerife por un tiempo. En Tenerife conocerá, entre otros, a Laura, una italiana
que ha perdido a su hermano; a los belgas migratorios, jubilados que pasan
parte del año en Tenerife; y a Pepe el Belga, el dueño del restaurante que sus
compatriotas frecuentan.
Mientras
Bernard intenta descansar y superar el duelo, Alfred aparece muerto en su casa.
Lo que en principio parece un accidente pronto se descubre que es un crimen.
¿Puede estar relacionado con la fábrica de chocolate? ¿Tiene que ver con algún
enemigo del empresario? Tony Bellanger, un inspector experto amigo de la hija
de Alfred tendrá que averiguarlo. Aunque, ¿por dónde empezar a buscar pistas?
Varios
son los interesantes temas que esta novela toca: en primer lugar, por supuesto,
el del chocolate, tan presente en Bélgica, y algo que puede tener que ver
directa o indirectamente con la muerte del empresario; en segundo lugar, el de
los belgas migratorios, aquellos jubilados que esperan pasar parte del año en
algún lugar con buen tiempo de España (en este caso, Tenerife) sin renunciar a
nada de lo que pueden encontrar en su país y sin hacer el intento de integrarse
en la sociedad local; y, en tercer lugar, las dificultades que las personas
mayores tienen con las nuevas tecnologías lo que, como descubriréis si os
animáis por la lectura de esta novela, puede dar mucho juego.
La muerte sabía a chocolate,
en definitiva, es una novela negra que nos traslada a Tenerife y a un
pueblecito de Bélgica no ya solo para hacernos descubrir los más oscuros secretos
de los personajes implicados en la muerte del empresario del chocolate, sino
también para que descubramos un tipo de turismo o migración peculiar que se da
tanto en Tenerife como en otros lugares de España, y que nos viene a hablar de
la comodidad de unos o de su falta de adaptación al medio. Sin duda, se trata
esta de una obra original que no dejará indiferente ni a los amantes del thriller ni a los del chocolate. Y tú,
¿a qué esperas para pegarle un buen mordisco?
Cristina Monteoliva