Título: El
método Ikigai
Autores: Héctor
García (Kirai) y Francesc Miralles
Publica:
DeBolsillo
Páginas: 304
Precio: 8,95 €
(edición de bolsillo)
Stanford ,2005: Steve Jobs
pronuncia su legendario discurso. Tres historias nada más, tal y como él dice,
y un inestimable regalo para el mundo. Para mí, su frase «Stay hungry, stay foolish»
sigue estando presente en cada día y decisión: este fue el comienzo del viaje
que me llevaría a descubrir mi propósito.
Tras varias
paradas en algunas estaciones que en ese momento no tenían relación con la meta
principal, el viaje tomó una dirección muy clara cuando llegó a mis manos el
libro El método Ikigai de Héctor García
y Francesc Miralles.
Esta vez la
parada conllevaba la necesidad de una profunda reflexión y de mirar hacía atrás
para comprobar que la teoría de los puntos de la que hablaba Steve Jobs seguía
siendo valida. Para ello vino en mi ayuda el libro El hombre en busca de sentido de V. Frankl, una de las obras sobre
la que se basa el libro de dúo García-Miralles. Gracias a él pude comprender
que si no hay sentido, ya tenemos una misión: buscarlo.
Así que retomé
el viaje y la búsqueda que por suerte pude completar con éxito: encontré mi
Ikigai. Entendí el significado de una palabra que comprende cuatro dimensiones
que al juntarlas generan una energía poderosa: lo que amas, lo que sabes hacer,
lo que le mundo necesita y para lo que pueden pagarte.
Aun así faltaba
una pieza, un metódo que permitiera establecer las pautas, organizar los pasos,
definir los procesos que en definitiva permitieran vivir el Ikigai.
Una vez más
Garía y Miralles vinieron en mi ayuda publicando su libro, nunca mejor dicho, El Método Ikigai.
Este es el
comienzo de un viaje intertemporal a través de las ciudades de Tokio, simbolo
del tuturo; Kioto, que recoge las enseñanzas del pasado; para llegar al templo
de Ise, lugar sagrado que se destruye y vuelve a construir cada veinte años, simbolizando
nuestro presente. Es un viaje maravilloso a bordo de un tren que a lo largo de
sus treinta y cinco paradas muestra y, sobre todo, es capaz de generar armonía
entre conceptos que cogidos de forma aislada parecerían simples reflexiones. Una
parada tras otra, nos conduce a nuestro destino haciendolo de una forma única:
generando felicidad en el camino. Porque la felicidad no está en el camino.
Conforme pasan
las páginas del libro, crece el asombro por los conceptos y enseñanzas que me
brinda su lectura: muchos de ellos están presentes en la vida diaria pero no
solemos hacerles caso por la rapidez a la que nos somete nuestro ritmo de vida.
Leer este libro es también un paréntesis necesario para volver a una dimensión
en la que somos capaces de decidir.
Las enseñanzas
del futuro, del pasado y del presente se mezclan de una forma equilibrada, sin
que por ello tengamos la sensación de estar en una dimensión lejana respeto a
la que vivimos, o perdidos sin tener ninguna referencia que nos permita llegar
a nuestro destino.
El viaje por el
futuro lo realizamos a bordo del fantástico Shinkansen, el famoso tren bala. No
es una casualidad: para expresar todo nuestro potencial es necesario liberar
nuestra imaginación y, para ello, nada mejor que las herramientas que nos
proyectan hacia el futuro.
Alcanzaremos
Kioto subidos en un tranquillo trenecito que nos permitirá recuperar nuestro
pasado sin caer en la nostalgia, para evitar quedarnos atrapados en uno que nunca
volverá. Esta parte del viaje será la ocasión para recuperar tradiciones,
recuerdos y enseñanzas que nos hicieron felices y lo seguirán haciendo en el
futuro. Nuestro pasado es nuestro tesoro y fuente de inspiración.
Finalmente llegaremos
a nuestro destino principal: el presente. Las enseñanzas del pasado y del
futuro son los pilares para ser consciente y poner atención en cada instante del
presente para decidir lo que queremos hacer y ser. Solo así podremos vivir
nuestro Ikigai y disfrutar de una vida plena y feliz. Para ello falta un último
consejo, cómo afirman sus autores: respirar y abrir la mente.
Que vuestro
viaje a través de las páginas del libro sea increíble.
Giuseppe Favale
©
Cristina Monteoliva.