Título: El hidalgo que nunca
regresó
Autor: Carlos Luria
Publica: Ediciones Pàmies
Páginas: 336
Precio: 19,95 €
Miguel de Cervantes tuvo una existencia
sin duda agitada y apasionante. Una vida marcada por las batallas, el presidio,
las letras y los continuos viajes. Estuvo el escritor en muchos lugares, aunque
no se sabe a ciencia exacta qué hizo en todos ellos. De su visita a Barcelona,
por ejemplo, apenas hay unos cuantos datos. Se conoce, eso sí, que la ciudad le
agradó en demasía, puesto que es la única localidad real que nombra en su
Quijote, y muy positivamente. No creo que nunca sepamos lo que le pasó a
Cervantes en Barcelona, aunque siempre podemos imaginarlo gracias a libros tan
estupendos como El hidalgo que nunca
regresó, la novela histórica de Carlos Luria de la que hoy os hablaré.
Madrid, 1615. Un joven
catalán recorre las frías y oscuras calles en busca de la Taberna de las Ratas.
Allí sabe que encontrará a Miguel de Cervantes, el escritor famoso por su
Quijote. No le conoce personalmente, pero tiene algo importante que darle: una
arqueta muy antigua. La arqueta, todo un tesoro a ojos del anciano escritor,
solo le será entregada si le cuenta al joven qué le pasó exactamente en Barcelona,
muchos años atrás. Así es como comienza la narración de las aventuras del joven
Cervantes en la ciudad condal.
Como decía antes, del
viaje de Cervantes a Barcelona poco sabemos, solo que la ciudad le tuvo que
fascinar lo suficiente como para querer reflejarla en su novela más célebre. El hidalgo que nunca regresó es la
historia de ese viaje (una posible, como tantas otras).
La narración comienza
con un joven barcelonés, Rocamaura, que busca al anciano escritor, inmerso en
ese momento en la escritura de la segunda parte del Quijote, para darle una
arqueta solo si Cervantes le habla de aquel viaje. Una vez en la Taberna de las
Ratas, como ya podéis imaginar, el joven no solo encontrará a nuestro más
célebre autor, sino también la historia ansiada.
Esta es una historia
contada por un amable narrador en tercera persona. Los capítulos escritos en presente,
el presente de Rocamaura, se alternan con aquellos en pasado, el pasado tan
lejano del anciano Cervantes.
La narración en
presente está cargada de diálogos que invitan a pensar al lector. A la
curiosidad del joven, responde el anciano con numerosas reflexiones (mi
favorita es aquella que habla del poco caso que le hacen los gobernantes
españoles a la cultura, más concretamente en este caso, a los buenos
escritores). Y es que don Miguel es un anciano sabio. Sus numerosas vivencias,
esa vida azarosa que ha desembocado, por desgracia, en una vejez pobre, le han
hecho pensar mucho tanto en su situación como en la del país. A poco que
escarbemos, nos daremos cuenta de que muchas de las quejas del célebre escritor
pueden ser trasladadas a nuestros días. Como si este país estuviera condenado a
repetir continuamente su historia, con sus muchos errores.
La narración un poco
más oscura, aunque cargada de humor, y un tanto más madura del presente, es
alternada por aquella del pasado, un tanto más luminosa, tal vez por el
carácter de la ciudad de Barcelona y sus gentes. O quizá por la inocencia e
ingenuidad de la juventud. O por la picaresca. El caso es que en ella,
Cervantes habla de su viaje de seis días a Barcelona. Huía el escritor, por
entonces simplemente hidalgo, del padre de un joven al que había herido
gravemente. Esa huida, real en la vida del escritor, le llevaría a la ciudad
condal, lugar en el que tomaría un barco con destino a Italia. De lo que pasó
en esos seis días no os puedo adelantar nada, a fin de que leáis el libro. Solo
os diré que en esta parte hay acción, aventuras y una historia muy romántica.
Con respecto a los personajes,
creo afirmar sin temor a equivocarme que están todos ellos perfectamente
perfilados, incluso aquellos que realizan acciones difíciles de entender (será
que nuestra época es tan distinta a aquella de la narración). Por supuesto, de
todos ellos hay que destacar al Cervantes en sus distintas fases vitales: mucho
más altivo y temerario en su juventud que en su etapa adulta o anciana. Tampoco
puedo olvidarme del joven Rocamaura, ese muchacho orgulloso y enigmático que
porta un gran tesoro. Los demás, amigos, ya los iréis conociendo si os animáis,
como espero que hagáis, con este estupendo libro.
No soy experta en novela
histórica. El toparme con algunas demasiado densas en el pasado, además, ha
hecho que me alejara del género hasta hace poco (justo hasta toparme con Interregno, de José Vicente Pascual, una
muy buena obra que encontraréis también reseñada en este blog). Creo que está
bien dar detalles sobre una época, sus personajes, sus costumbres… Lo que me
aburre hasta el hartazgo son las innumerables explicaciones prescindibles y las
notas a pie de página que hacen que salgas de la narración continuamente. Para
mí, una novela histórica ha de tener, por supuesto, una buena descripción del
momento y de sus personajes, así como un buen número de datos que puedan resultar
interesantes, por su relavancia o por lo curioso que resulten; pero, ante todo,
una historia atractiva protagonizada por unos personajes sólidos.
Por otro lado, me gusta
que las novelas históricas me enseñen historia casi por casualidad, sin darme
yo cuenta apenas. Que la historia en sí esté más o menos llena de momentos
reales me parece mucho menos relevante. Es imposible saber a ciencia cierta lo
que pasó en cada momento de la época, si lo piensas. ¿Y no se supone que
estamos ante una novela, no ante un ensayo concienzudo? En este sentido, he de
decir que El hidalgo que nunca regresó
ha cumplido con creces todas mis expectativas. Se trata esta de una novela
histórica donde lo importante son las distintas historias que componen la
novela, los personajes y la relación que existe entre ellos, sin olvidar el
estilo y el vocabulario, que embullen de lleno al lector en la época. Los
momentos de calma son los justos y necesarios. La realidad se ve a veces
interrumpida por interesantes momentos fantásticos. En estas páginas predominan
la acción, la aventura, la incertidumbre, el misterio y un sinfín de
sentimientos enfrentados. Esta novela contiene valores, reflexiones y
enseñanzas. Pero, sobre todo, una historia principal que llega al corazón del
lector. Una historia que se hace inolvidable.
En definitiva, El hidalgo que nunca regresó, esta
novela tan bien estructurada desde el punto de vista narrativo como del de la
historia en sí, es una buena obra con la que acercarse tanto a la figura real
de Cervantes como a la novelística. Ahora solo falta que os animéis a darle una
oportunidad a este hidalgo, que descubráis por vosotros mismos las grandes
hazañas de El hidalgo que nunca regresó.
Cristina Monteoliva