Título: El Sol de
los Muertos
Autor: Ivan
Shmeliov
Editorial: El Olivo
Azul
Págs: 272
Precio: 21 €
Algunas tragedias colectivas han
pasado casi desapercibidas para el resto de la humanidad y la Historia,
eclipsadas, tal vez, por otros hechos considerados más relevantes, o
simplemente por no ser percibidas como tales desgracias. Podemos decir que éste
sería el caso de la Revolución Rusa (también conocida como Revolución de
Octubre) y de los que la padecieron, tema principal de “El Sol de los Muertos”,
la obra del autor ruso Ivan Shmeliov que hoy nos ocupa.
El protagonista de esta historia es
un intelectual que vive pobremente en una casa de campo en la bella península
de Crimea. El lugar está tomado por los bolcheviques, quienes tienen la
potestad de decidir sobre la vida o la muerte de los habitantes del lugar. Las
estaciones transcurren así, sin esperanza, para los que quedan aún con los pies
sobre la Tierra.
Aunque el personaje principal y
narrador de esta crónica-denuncia no nos dice su nombre en ningún momento,
sabemos, gracias al prólogo de Gabriel Sofer, que se trata en realidad del
propio Ivan Shmeliov. Por tanto, no se trata de una obra de ficción al uso,
sino del propio horror del escritor, de sus propias vivencias y sentimientos.
Shmeliov emplea el tiempo presente en
casi todo momento, relevando el pasado a un puesto secundario. El monólogo
interior se superpone a la narración al uso. De esta manera, el autor consigue
que la acción se muestre más cercana al lector, casi como si estuviera pasando en
este mismo momento, como si estuviéramos junto al protagonista, dentro de su
propia cabeza.
Nos cuenta Gabriel Sofer en el genial
prólogo que precede al resto de la trama, que durante mucho tiempo la
Revolución Rusa fue percibida en Europa desde un punto de vista casi romántico,
como un cambio de régimen admirable, llegando incluso a mirar con recelo a los
exiliados rusos. El que se acerque a este libro comprenderá al instante que
poco romanticismo y mucho de real y crudo tuvo este conflicto.
Esta es una historia de pequeñas
cosas, en todos los sentidos de la expresión. Son pequeñas las cosas que pasan
en Crimea y el resto de Rusia, para el resto de la humanidad: niñas que
entregan su inocencia a cambio de algo que llevarse a la boca, abuelos que ven
morir a sus nietos, hombres que entierran a sus mujeres en sus muebles
favoritos, porque no hay ataúdes... Pero también son las pequeñas cosas del día
a día la que hacen a los personajes de esta historia aferrarse a la vida: un
almendro en flor, escuchar las esperanzas de un pobre iluso, compartir la poca
comida que queda con un vecino...
Y es que los días en Crimea parecen
eternos cuando el hambre acucia, hay poco que hacer en un mundo que se ha
vuelto del revés. El protagonista se entretiene hablando con la naturaleza, con
unos animales domésticos que parece que van a empezar a articular palabra de un
momento a otro. La prosa se convierte así en la más bella de las poesías, toca
el alma del que tiene el libro entre sus manos.
Cada día, este intelectual venido a
menos se encuentra con vecinos y amigos que le cuentan que las cosas van peor.
No pueden creer que les hayan engañado con falsas promesas, que tan sólo les
quede esperar la muerte.
A veces, la rabia no puede con él: el
narrador se gira con ironía hacia el lector que cómodamente lee esta obra, ante
el mundo occidental que no quiere ver la realidad de Rusia. Incluso, a veces,
la impotencia es tan fuerte que no puede evitar enfrentarse con el Dios que los
abandona a su suerte, el ser que ha puesto sobre el cielo un Sol que ya sólo
ilumina a los muertos vivientes de Crimea.
No se puede evitar al menos un
momento de reflexión después de leer esta obra, este entramado tan desgarrador
de testimonios. Porque, ¿cuántos hombres, mujeres y niños no estarán pasando
por esta misma situación hoy en día, en conflictos que al resto del mundo no
les interesa ver? ¿Estamos nosotros a salvo, en nuestras cómodas viviendas? ¿Y
si lo inesperado sucediera? ¿Y si nos sucediera a nosotros?
Dos veces le dio la espalda occidente
a Shmeliov: la primera, en Crimea, cuando no había esperanza; la segunda,
cuando su amigo Thomas Mann lo propuso para el premio Nobel. Que no sean tres
las veces que el mundo se esconda ante su obra y el horror de tantos. Demos una
oportunidad a esta obra. No nos olvidemos de los que sufren.
Cristina Monteoliva