¿Cuándo
comenzaste a escribir?
Hace mucho tiempo. Desde niño
siempre me llamó la atención la expresión escrita, incluso sin haber
desarrollado pretensión alguna que fuera más allá que la de exteriorizar cualquier
cosa que rondara por mi cabeza. Era como una especie de impulso, una necesidad
de poner sobre el papel mis puntos de vista.
Recuerdo que, fuera de las
obligaciones propias del colegio, lo primero que hice público fueron unas
historias en clave de humor que iba enviando en forma de cartas a un programa
de radio. A partir de ahí, tan solo relatos para consumo propio y, más
recientemente, algunos más que publiqué en foros de Internet. Fue ahí donde me
animaron a intentar algo de más envergadura. Lo que siempre ha permanecido, de
forma más o menos elaborado, ha sido el tono irónico y humorístico.
¿Has probado
otros géneros aparte de la novela?
Tan solo el relato, casi
siempre dialogado. Ni siquiera tuve nunca la tentación de escribir poemas para
mis novias; eran todas buena gente y nunca me dieron motivo para abochornarlas
con mis malos versos. A pesar de ello, en este libro, de forma esporádica, he
hecho uso de diversos estilos rimados como la poesía popular, el hip-hop o el rap urbano, pero siempre como parodia.
¿Qué autores o
qué sucesos (históricos, personales, etc) crees que te han influenciado como
escritor?
Conscientemente o no, seguro
que me han inspirado muchos más autores o acontecimientos de los que recuerdo.
En cuanto a los primeros, reconozco la influencia del humor de “Les Luthiers” o la de John Kennedy Toole con su
obra “La conjura de los necios” (de hecho, a modo de reconocimiento, he dejado
escondida en “Las salvias” una alusión a esta obra, por si alguien quiere
descubrirla). No puedo olvidarme de Oscar Wilde, ya que intento que los
diálogos sean siempre muy vivos, con paradojas y sarcasmo. Además, al
leer el libro, se perciben pronto la influencia e incluso la presencia de, por
ejemplo, el Quijote, la Odisea, la República, Saramago, Eduardo Galeano o
Rosalía de Castro.
Hechos históricos: al
tratarse de un libro crítico con la realidad actual, está plagado de alusiones
a ésta; pero por concretar algún episodio, la celebración del bicentenario de
la batalla de Trafalgar ha jugado un papel crucial en el origen de la trama. Sí
me gustaría aclarar que los episodios el 15-M no han tenido nada que ver,
puesto que el grueso del libro ya estaba escrito cuando surgió dicho
movimiento.
En cuanto a las experiencias
personales, de una forma otra, hay
partes de ellas reflejadas en la obra. Casi siempre ocurre así. Como dice Vida
Winter, un personaje del libro “El cuento número trece”, de Diane Setterfield:
“La
vida (del autor) es el abono. […] Toda mi vida y todas mis experiencias, las
cosas que me han sucedido, la gente que he conocido, todos mis recuerdos,
sueños y fantasías, cuanto he leído, todo eso ha sido arrojado al montón de
abono que, con el tiempo, se ha ido descomponiendo hasta convertirse en un
humus orgánico oscuro y fértil. El proceso de descomposición celular vuelve
todo irreconocible. Otros lo llaman imaginación. Yo lo veo como un montón de
abono. La idea se alimenta de esa materia negra que en otros tiempos fue una
vida, absorbe su energía. Germina, echa raíces, produce brotes”.
No puede decirse mejor.
©Víctor Cassini
¿Qué idea tienes
del panorama literario español?
Dejando a un lado los pequeños círculos que se mueven por
ahí echando mano de talento e imaginación a partes iguales para sacar adelante
sus obras, y que considero motores de la verdadera cultura literaria, sería muy
largo detallar las complicadas relaciones de cooperación y depredación entre lectores,
autores, editores, agentes literarios, libreros y plataformas digitales en
España, que no son diferentes a las pautas
existentes en el panorama internacional. Por tanto, resumiré diciendo
que hace años que la edición a gran escala se convirtió en una línea de negocio
más para las grandes multinacionales, que todos sabemos que tienen la desesperante
costumbre de financiar para obtener beneficios. Por tanto, lo que prima es la
máxima rentabilidad. Se invierte mucho en un puñado de autores para crear un
producto de venta masiva; esto da como resultado una literatura cortoplacista y
la creación de un star-system (la
famosa y efectista coletilla: “Del autor de…). Esa es la explicación del porqué
de tanta trilogía de best-sellers,
por poner sólo un ejemplo (con lo difícil que debe de ser escribir tres
extensos libros en apenas un par de años, sobre todo cuando una dedica la mitad
de su tiempo libre a idear las diversas y perversas formas de ser esposada,
amordazada y fustigada en las sombras del dormitorio). Basta con echar un ojo a
los propietarios y empresas que controlan los medios de comunicación en
España para ver que en muchos de ellos figura, en algún eslabón de la
cadena, un Banco o un Fondo de Inversión. Dentro de esta serie, no hay nada más
efectivo que la asociación de una potente editorial, un medio de comunicación nacional
y un gran capital: esta es la verdadera
trilogía.
¿Cómo surgió la
idea de escribir La salvias florecen en el barro?
Durante mucho tiempo tuve el
final, pero me faltaba la idea que me condujera hasta él. A partir de ahí, el
camino fue el habitual: la historia estuvo madurando en mi cabeza durante un
par de años hasta que di con un comienzo aceptable. Luego avancé con brújula,
es decir, sin planificación previa sobre los diversos puntos de la trama; en
una aventura sin mapa pero con un objetivo claro. En todo este proceso, los
personajes y las escenas fueron apareciendo y adaptándose con facilidad al
carácter crítico que quería darle al texto.
En realidad, la idea la tuve
siempre delante: resultaba llamativo que al mundo de la cultura, tan proclive a
denunciar (con razón) los crímenes del pasado, le temblara el pulso para hacer
lo mismo con los del presente.
Salvia ©Víctor Cassini