La muerte casi siempre nos coge de sorpresa. En un momento la
persona estaba viva; al siguiente, ya no. Nos cuesta asimilar ese tránsito, a
veces, hasta lo indecible. Pero, ¿y si además se trata de una muerte repentina de
alguien joven? Esa persona dejará un gran vacío en sus familiares. ¿Y si tenía
pareja? El dolor es indescriptible, como nos muestra Ceniza Roja, el relato de Socorro Venegas ilustrado por Gabriel
Pacheco que comentaremos a continuación.
Alan
ya no está. Se fue de pronto un día, sin que su compañera de vida pudiera hacer
nada por evitarlo. Pasa el tiempo y ella sigue sin asimilarlo. Intentando
sobrevivir, escribe un diario desordenado, poético, desesperado. Con su lectura
somos partícipes de su dolor. Un dolor profundo, duradero. Un dolor que no se
supera, aunque intente buscar otras compañías. ¿Conseguirá nuestra joven
aliviar su pena en algún momento?
Un
día eres joven y estás feliz con tu pareja y al día siguiente, todo se acaba.
La muerte repentina del otro deja un vacío inmenso; un dolor infinito. La
protagonista de este crudo diario así nos lo indica en sus páginas.
Ceniza roja
es un relato sobrecogedor. Como pocos otros, consigue, gracias a su formato y a
la sensibilidad de su autora, hacernos comprender de pleno lo que siente una
mujer que ha perdido de pronto al amor de su vida.
Este
duelo es amargo, pero también poético, bello y, en cierta manera, esperanzador.
Porque nuestra mujer no se rinde: a pesar de todo, no deja de buscar la manera
de sobrevivir, de algún día volver a ser lo que fue. La cuestión es: ¿lo
conseguirá?
Este
relato es doblemente bello. Primero, por el texto en sí; segundo, por las
ilustraciones que la acompañan: imágenes neogóticas que nos transmiten la
desesperación y la tristeza de la protagonista.
Ceniza roja,
en definitiva, es una pequeña gran obra sobre el duelo que nos habla de uno en
concreto: el de una mujer joven que pierde de pronto al amor de su vida. ¿Se
puede sobrevivir a algo tan devastador? Te invito que leas este libro y que
después respondas a esta pregunta.
Cristina Monteoliva