Título: Horror Vacui
Autora: Paula Lapido
Edita: Salto de
Página
Páginas: 304
Precio: 17,90 €
Una vez me atropelló un coche. Ocurrió
un día de enero, cuando cruzaba un paso de peatones con mi perro. El conductor
no paró y yo acabé volando por los aires, según me han contado. Cuando desperté
en el centro de salud, no entendía absolutamente nada. Me sentía confusa,
asustada, perdida. Una pequeña parte de mi memoria se había quedado en la
carretera. A veces me digo: si mi breve pérdida de memoria fue tan angustiosa
para mí, ¿cómo de terrible sería perder los recuerdos de toda una vida? Este es
el punto de partida de Horror Vacui,
la novela de Paula Lapido de la que hoy os vengo a hablar.
Isaac es un tatuador
obsesionado con llenar los espacios de su mundo dibujando muchas cosas, sobre
todo peces de trescientas cuarenta y cinco escamas. Nada de lo que dibuje, sin
embargo, le hará llenar los espacios vacíos de su mente. Y es que Isaac solo
recuerda lo que ha pasado en los últimos diez años. Lo demás es una niebla
oscura, una maraña de sueños que no logra entender.
Una noche, Isaac
encuentra un cadáver en la calle. Todo indica que se trata de un conocido
millonario. Sin embargo, poco después una misteriosa mujer contrata a Isaac
para trabajar para el mismo hombre. Este nuevo enigma se une a todos los que
Isaac lleva tiempo descifrar. La cuestión es: ¿llegará el tatuador a descubrir
alguna respuesta?
Es difícil entrar en la
mente y en los sentimientos de alguien que padece un trastorno. Hace falta
mucha empatía, muchas ganas por comprender la problemática del otro. Hay
pegarse a él como si fueras su sombra. Paula Lapido entendió que no había otra
manera para hacer llegar al lector a su Isaac, ese hombre con apenas diez años
de memoria, el artista con un fuerte trastorno obsesivo-compulsivo; por eso
creó un narrador a su medida. Una voz potente a la vez que paciente,
meticulosa; aunque tal vez no tan paternal como en otras novelas de temática
similar. Un ser que no solo logra el objetivo anterior, sino también el de
hacer de esta novela una obra muy cinematográfica: difícil no leerla sin
imaginar que estás viendo una película al mismo tiempo.
El narrador, en efecto,
hace mucho; pero no lo es todo. Al fin y al cabo, sin unos personajes bien
construidos y lo suficientemente singulares, una obra no sería nada. Así, sin
Isaac, ese hombre perdido en su memoria y en un mundo gris que no logra
entender; ese ser frágil que encuentra la fortaleza para enfrentarse a la gran
aventura de su vida dibujando peces de trescientas cuarenta y cinco escamas;
esa alma que se enamora sin importar nada ni nadie, esta novela, no sería nada.
Tampoco podría entenderse sin sus secundarios: Antonia Aachen, la misteriosa
mujer de rojo que hace que Isaac quiera encontrar respuestas; Maurice
Cornelius, el millonario que se rodea del color blanco; Emil Bergmann, el
empleado codicioso; Otto Lubitsh, el creador de fascinantes a la par que
inquietantes autómatas; Nancy, la divertida chica de las pelucas; Jacob, y su
obsesión por llevar siempre una cosa en cada mano; el Dr. Samuel Stern, el
hombre que tiene las claves para entender el misterio que se cierne sobre el
pobre Isaac…
Una obra, como decía
antes, no sería nada sin unos buenos personajes. Tampoco sin una buena historia.
Una historia lo suficientemente atractiva como para mantenernos pegados a las
páginas durante horas y horas. Pues bien, Horror
vacui la tiene. Y digo más: la suya es inquietante de principio a fin, repleta de huecos en blanco que tendremos que ir llenando junto a Isaac hasta el final.
Un final, por cierto, que no puede dejar indiferentes, uno de los mejores que
he leído en los últimos tiempos.
Horror
vacui, en resumen, es una obra original, fresca y
trepidante que te hará meterte en la mente de una persona obsesionada por
llenar el vacío que se cierne a su alrededor. Acompaña a Isaac por las grises
calles de la ciudad sin nombre, enamórate de la deslumbrante Antonia, adéntrate
en la gran mansión del millonario Maurice Cornelius y descubre al final que tal
vez todos tengamos más miedo a quedarnos en blanco de lo que pensamos. ¿Te
atreves a comprobarlo? Hazlo antes de que te lo cuenten.
Cristina Monteoliva