El jardín es ese espacio en el que intentamos domesticar la naturaleza salvaje, esa que, si no estamos pendientes de su cuidado, se desborda y se asilvestra. Así es el nuevo libro de relatos de Valeria Correa Fiz, un vergel que amenaza con volverse selva, la luz que puede tornarse oscuridad en cualquier momento. Cinco años han pasado desde el debut de esta autora en el género del cuento con La condición animal (Páginas de Espuma, 2016). Un lustro después llega Hubo un jardín (Páginas de Espuma, 2021) que, al igual que su anterior obra, rezuma fluidos corporales y transcurre al amparo de turbadoras atmósferas.
El
libro de la escritora rosarina se compone de siete cuentos; seis suceden en su
país natal y uno en Madrid pero lo protagoniza una argentina. Seis de esos
relatos están narrados en primera persona lo que acentúa la sensación de
subjetividad, de que la mirada del narrador está condicionada por sus
percepciones y sus emociones; su versión de los hechos es, en cualquier caso,
sospechosa. El jardín es ese espacio metafórico fronterizo entre lo salvaje y
lo doméstico, una especie de ente vivo que es tanto un escenario como un
personaje más. La naturaleza que se desborda, o amenaza con hacerlo, es también
la de esos personajes. El jardín es al mismo tiempo una alegoría del paraíso
perdido, el bíblico jardín del Edén.
El
intento de robo en un matadero durante una noche en la que cae un tremendo
aguacero. Una adolescente que observa desde su asiento en un bar. Una agente
inmobiliaria que recuerda su intento frustrado de vender cierto piso con vistas
al cementerio. La fantasmal visita guiada a un decrépito hotel de pasado
filonazi. El invernadero de Eiffel en la pampa argentina y las ensoñaciones de
una adolescente. Un romance imaginario que es también una historia de culos, o
lo que cuenta cada cuerpo, para acabar con el extraño fenómeno que hace que se
suiciden las perras.
La
mayoría de las historias están narradas desde la culpa, desde un presente en el
que, pese al paso del tiempo, sus protagonistas no consiguen dejarla atrás. Muchas
de ellas acontecieron durante la adolescencia de sus narradores, ese momento
tan animal y desbordado de emociones de las edades del ser humano, y están
contadas desde un presente marcado por esa culpabilidad que parece flotar y es
uno de los hilos conductores. Destaca, como en su anterior libro de relatos,
una prosa con una marcada tendencia al lirismo para mostrarnos lo siniestro de
la belleza o la belleza de lo siniestro. La autora teje relatos en los que lo
insólito se da la mano con lo real sin fisuras y puebla la cotidianidad.
Siempre moviéndose entre lo real y lo fantástico, siempre haciendo creer al
lector que algo desconocido amenaza en la sombra.
María Dolores García Pastor