lunes, 24 de octubre de 2022

Reseña: LOS CABALLEROS LAS PREFIEREN MUERTAS, de Carmen Moreno.

 


Ahora que hemos visto Blonde, la película de Netflix basada en la novela de Joyce Carol Oates del mismo título; ahora que muchos han decidido que lo mejor de la película es la novela (incluso algunos que no la han leído), es el momento perfecto para recomendaros Los caballeros las prefieren muertas, de Carmen Moreno, que aborda la biografía de Marilyn desde una perspectiva feminista y, lo más importante, muy personal.

En primer lugar es refrescante el punto de vista, pues para hablar de Marilyn como mujer emprendedora, inteligente y fatal (no tanto por lo que ella le hizo a otros, como por lo que se hizo a sí misma, con la ayuda inapreciable de otros), se preocupa de investigar en la conducta de los hombres que decían quererla y respetarla. Es imposible contar bien la historia de Marilyn sin narrar en profundidad los perfiles de los hombres a los que quiso, o a los que quiso querer.

Siempre he pensado que Marilyn no tuvo una vida amorosa inestable porque ella fuese caprichosa, soñadora, ni siquiera porque tuviese difíciles cuestiones psicoemocionales que resolver, sino porque, sencillamente, no terminaba de encontrar lo que buscaba. Estaba acostumbrada a sacarse las castañas del fuego solita, a lograr lo que quería, a trazar su propio camino, y no es raro que creyese poder definir del mismo modo su vida amorosa. El problema es que la tentación de usar el personaje que le había abierto tantas puertas en el cine, esa rubia ingenua, picante y complaciente, con voz de niña, era demasiado grande, y su talento como actriz era tan inmenso que conseguía engañar a los hombres o, más bien, se engañaba a sí, a través de ellos.

Ella era la fantasía de muchos, y en cierto modo, fue también la fantasía de sí misma. Creyó que podría construir una vida privada con un hombre al que sedujese como Marilyn y que descubriese, durante el noviazgo, la convivencia, el sexo, el ser humano que había más allá de Monroe, incluso más allá de la Norma Jean que conocemos, porque eso es el amor: que alguien te descubra, que alguien te vea como nadie más te ve. Pero, una y otra vez, se encontraba con ineptos que se la llevaban a casa y se creían que la fiesta de disfraces continuaba.

 Muy a menudo se narra la decepción de sus parejas al conocerla realmente fuera del personaje. Su primer marido, que creía que sería siempre esa joven de belleza natural que se hacía honestas fotos, con lazos en el pelo sin teñir, y que lo esperaba mientras el luchaba contra los malos. La estrella del deporte que se imaginó una mujer apropiada para habitar con ella un eterno anuncio de cereales. El dramaturgo que nunca llegó siquiera a sospechar que tenía mucho menos talento que ella para crear personajes (lo digo en serio, el talento de Arthur Miller estuvo muy sobrevalorado). Pero es la primera vez que yo veo descrita la decepción de Marilyn, por encima de la de ellos, de forma tan clara y diáfana como se hace en este libro.

A Monroe la entendieron mucho mejor algunos de los hombres con los que trabajó, que los que supuestamente la amaron, porque había que tener una sensibilidad especial para ver transparentarse a Norma Jean detrás de Marilyn sin dejar de apreciar su encanto. Precisamente uno de los mayores problemas que tiene Blonde la película, para mí, es que se queda flotando en esa balsa de aceite que es el físico arrebatador de la actriz, y lo explora de un modo hipnótico, hiperreal, estético. Pero no revela nada de ese agua abisal, ese océano que hay debajo, y la narrativa, ya sea verbal o visual, debe tratar de revelar lo que está escondido, o tergiversado.

Uno de estos hombres con quien se entendió, con esa armonía muda, típica de los amantes, fue André de Dienes, su fotógrafo y amigo, cuya relación también está agudamente retratada en Los caballeros las prefieren muertas. Otro que la comprendió perfectamente fue Billy Wilder quien, durante el rodaje de Some like it Hot (Con faldas y a lo loco) se guio por la máxima: “Si Marilyn sale bien, la escena está bien”. Él mismo soltó así, con esa facilidad con que le salían las líneas de diálogo geniales, la siguiente metáfora:

“La cámara es como un ojo en el corazón de un poeta.”

Seguramente, con ese ojo es con el que la actriz hubiese querido que la mirase el padre de sus hijos, al menos un amante fugaz. Pero no pudo ser. Murió, como dice Carmen Moreno, de desamor.

Pero yo ya sabía, desde el principio del libro, que mi imaginación estaba en buenas manos, porque Carmen Moreno hace una declaración de intenciones en las primeras páginas:

“Ninguna biografía se ajusta a la realidad, como mucho, tan solo a los datos. (…)

Cualquier intento por plasmar la existencia de otro no es más que un experimento fallido, realizado en un museo.

Más allá de las moléculas, las fechas o los sucesos, Marilyn Monroe es la suma de todo aquello que nadie podrá escribir nunca”.

Y así es.

Rebeca Tabales