Calificar este libro de ensayo es quedarse un poco corto,
decir muy poco. Por otro lado, hablar de ensayo puede hacernos pensar,
equivocadamente, que se trata de algo demasiado sesudo y abstracto, difícil
de leer, y no es el caso. Hay que decir que en Todo lo que crece se dan
la mano la literatura de viajes, las memorias y el cuento. Porque la escritura
de Clara Obligado es como ella misma: mestiza, poliédrica, híbrida, diversa, y
sus obras suelen moverse a uno y otro lado de la frontera de los géneros
literarios; esta que nos ocupa es un claro ejemplo de ello. La autora toma de
aquí y de allá, de la misma manera que ha hecho en su periplo vital de exiliada
política, en el que se ha visto obligada por las circunstancias a construir su
existencia con piezas diversas de dos vidas en dos mundos muy diferentes. Este
libro es, ante todo, una reflexión personal sobre temas como el exilio, la
escritura, la naturaleza, el feminismo y la vida misma. En él vamos a ver con
claridad cómo la vida y el pensamiento se entretejen, cómo la escritura sucede
como la propia existencia, como la naturaleza.
Desde su
perspectiva de mujer feminista y exiliada, de alguien que ha sabido
reinventarse lejos de su país de origen y sus raíces, Obligado nos lleva a
través de sus vivencias personales a reflexionar sobre temas universales. La
autora ha hecho de esas particularidades su bandera; como ella misma declaraba
en una entrevista lleva “el exilio como identidad y la extranjería como
patria”. Nuestras circunstancias personales nos influyen y, si la escritura es
honesta, suele ser un reflejo de ellas. La vida, la naturaleza y la escritura
como un todo orgánico que se nutre y se retroalimenta con cada experiencia y
cada latido. La autora nos lleva a hacer un viaje en el espacio y el tiempo.
Viajamos con ella desde su Argentina natal, de la que se vio obligada a
exiliarse para escapar de la dictadura de Videla, hasta la capital madrileña
tan extraña y, a veces, poco acogedora para el extranjero; el destino final es
el reencuentro con el paraíso perdido de la niñez en su refugio en la cacereña
comarca de la Vera. Infancia, juventud y madurez van narrándose paralelas a las
reflexiones sobre todos los temas que preocupan a la autora, incluida la
escritura.
Acompañamos
a Clara Obligado en su recorrido vital, en un ejercicio de arqueología personal
siempre ligado a las palabras. Así indagamos en las etimologías y los
neologismos; unas nos enseñan lo que fuimos y de dónde venimos y los otros
colmarán las necesidades de lo que vamos a ser, dan respuesta al imperativo de
reinventarnos. A través de las palabras, de la variedad de términos,
descubrimos la nostalgia de la patria que quedó atrás, porque no se nombra
igual en el país de origen que en el de acogida pese a que en ambos se hable la
misma lengua. Tener que aprender palabras nuevas sin resignarse a olvidar las
que se traía en la maleta, multiplicarse para no dividirse.
La mirada
penetrante de la escritora observa, repara en todos los detalles por pequeños
que sean; vemos el mundo desde su particular percepción de impenitente
contadora de historias. Al mismo tiempo que conocemos, a través de esas
pequeñas cosas, la añoranza y el desarraigo. Explica Clara Obligado que todo se
perdió cuando le dio la vuelta al mundo, cuando se vio obligada a cambiar de
hemisferio: el norte era sur, las estaciones se invirtieron y hasta la luna
decrecía y crecía en sentido inverso. Su existencia se puso del revés pero fue
capaz de encontrar los mecanismos necesarios para, de alguna manera, ser capaz
de trasplantarse y arraigar. La escritura, en este caso, fue una especie de
compost que la ayudó a enraizarse y crecer. Todo ello nos lo cuenta con una
prosa limpia cargada de lirismo, con multitud de acertadas referencias
bibliográficas y un estilo capaz de seducir al lector desde la primera línea.
María Dolores García Pastor