jueves, 9 de diciembre de 2021

Reseña: TODO LO QUE CRECE, de Clara Obligado.

 


Calificar este libro de ensayo es quedarse un poco corto, decir muy poco. Por otro lado, hablar de ensayo puede hacernos pensar, equivocadamente, que se trata de algo demasiado sesudo y abstracto, difícil de leer, y no es el caso. Hay que decir que en Todo lo que crece se dan la mano la literatura de viajes, las memorias y el cuento. Porque la escritura de Clara Obligado es como ella misma: mestiza, poliédrica, híbrida, diversa, y sus obras suelen moverse a uno y otro lado de la frontera de los géneros literarios; esta que nos ocupa es un claro ejemplo de ello. La autora toma de aquí y de allá, de la misma manera que ha hecho en su periplo vital de exiliada política, en el que se ha visto obligada por las circunstancias a construir su existencia con piezas diversas de dos vidas en dos mundos muy diferentes. Este libro es, ante todo, una reflexión personal sobre temas como el exilio, la escritura, la naturaleza, el feminismo y la vida misma. En él vamos a ver con claridad cómo la vida y el pensamiento se entretejen, cómo la escritura sucede como la propia existencia, como la naturaleza.

         Desde su perspectiva de mujer feminista y exiliada, de alguien que ha sabido reinventarse lejos de su país de origen y sus raíces, Obligado nos lleva a través de sus vivencias personales a reflexionar sobre temas universales. La autora ha hecho de esas particularidades su bandera; como ella misma declaraba en una entrevista lleva “el exilio como identidad y la extranjería como patria”. Nuestras circunstancias personales nos influyen y, si la escritura es honesta, suele ser un reflejo de ellas. La vida, la naturaleza y la escritura como un todo orgánico que se nutre y se retroalimenta con cada experiencia y cada latido. La autora nos lleva a hacer un viaje en el espacio y el tiempo. Viajamos con ella desde su Argentina natal, de la que se vio obligada a exiliarse para escapar de la dictadura de Videla, hasta la capital madrileña tan extraña y, a veces, poco acogedora para el extranjero; el destino final es el reencuentro con el paraíso perdido de la niñez en su refugio en la cacereña comarca de la Vera. Infancia, juventud y madurez van narrándose paralelas a las reflexiones sobre todos los temas que preocupan a la autora, incluida la escritura.

         Acompañamos a Clara Obligado en su recorrido vital, en un ejercicio de arqueología personal siempre ligado a las palabras. Así indagamos en las etimologías y los neologismos; unas nos enseñan lo que fuimos y de dónde venimos y los otros colmarán las necesidades de lo que vamos a ser, dan respuesta al imperativo de reinventarnos. A través de las palabras, de la variedad de términos, descubrimos la nostalgia de la patria que quedó atrás, porque no se nombra igual en el país de origen que en el de acogida pese a que en ambos se hable la misma lengua. Tener que aprender palabras nuevas sin resignarse a olvidar las que se traía en la maleta, multiplicarse para no dividirse.

         La mirada penetrante de la escritora observa, repara en todos los detalles por pequeños que sean; vemos el mundo desde su particular percepción de impenitente contadora de historias. Al mismo tiempo que conocemos, a través de esas pequeñas cosas, la añoranza y el desarraigo. Explica Clara Obligado que todo se perdió cuando le dio la vuelta al mundo, cuando se vio obligada a cambiar de hemisferio: el norte era sur, las estaciones se invirtieron y hasta la luna decrecía y crecía en sentido inverso. Su existencia se puso del revés pero fue capaz de encontrar los mecanismos necesarios para, de alguna manera, ser capaz de trasplantarse y arraigar. La escritura, en este caso, fue una especie de compost que la ayudó a enraizarse y crecer. Todo ello nos lo cuenta con una prosa limpia cargada de lirismo, con multitud de acertadas referencias bibliográficas y un estilo capaz de seducir al lector desde la primera línea.

María Dolores García Pastor