Leí por primera vez a Alicia Sánchez Martínez en una
antología de relatos de varias autoras en la que cada una de ellas le daba la
vuelta a un cuento clásico desde una perspectiva siniestra. En el caso de
Sánchez daba la réplica al de Caperucita Roja y para mí fue todo un
descubrimiento. El suyo era, con diferencia, el relato más rompedor e intenso,
el más transgresor también, puesto que abordaba una temática tan incómoda como
la zoofilia sin llegar a ser desagradable por demasiado explícito o vulgar. De
los dieciséis que formaban la antología éste fue el único que me despertó las
ganas de conocer más a fondo a su autora, de volverla a leer. La narración combinaba
erotismo y violencia de una manera inquietante, y abordaba un asunto tan moralmente
reprochable con gran maestría y, me atrevería a decir, hasta con elegancia. Al
fin y al cabo, la literatura está para transgredir, para impactar y provocar y
esta escritora lo conseguía con creces.
El dulce
líquido ha sido una nueva oportunidad
de conocer más a fondo la obra de Alicia Sánchez después de esa pequeña cata
que fue su Rojo sangre. Se trata de un libro de relatos, seis esta vez,
un género en el que la autora se maneja con soltura. Jugar a la sugerencia es
importante aunque Sánchez es más de pormenores que de insinuaciones. El relato
es un género más exigente y complicado que la novela, pero también más
agradecido; siempre he creído que es donde realmente se pone a prueba un
escritor. En este caso diría que estos relatos dan para una novela cada uno de
ellos y, en ocasiones, quedan demasiado encorsetados dentro de los parámetros
del género y no acaban de funcionar del todo.
Las seis
historias que nos cuenta la autora están protagonizadas por mujeres, todas
ellas atípicas, todas ellas imperfectas, en ocasiones rozando la monstruosidad y
en algún caso, como en Piel de sapo, son monstruos sin más. Muchas de
ellas viven o han vivido un conflicto con otras mujeres, sus madres o sus hijas,
de manera que nos adentramos en el terreno de las relaciones tóxicas, de las
maternidades castrantes, poblado por malas madres y malas hijas. Esas mujeres
nos llevan de la mano a través de atmósferas densas y angustiosas, con tintes
góticos, y con ellas nos adentramos en lo más sórdido y perturbador del
universo femenino.
La mayoría
de escenarios son viviendas oscuras y decadentes, como los estados de ánimo de
sus protagonistas, situadas en una Barcelona ficticia pero reconocible a través
de calles y barrios con nombre propio. A veces, también, la acción se
desarrolla en ciertos parajes naturales que se transforman bajo la óptica de
esta escritora para convertirse en lugares inhóspitos y sombríos. Un libro
turbador lleno de seres monstruosos y de fluidos corporales. El dulce líquido que le da título y
también, de alguna manera, cohesión, se hace presente a través de la leche
materna que debería alimentar al neonato arrebatado, la sangre que salpica
algunos relatos y otros humores corpóreos. Puede que no haya cumplido del todo
con mis expectativas, muy altas después de haber leído su Rojo sangre, pero
merece la pena acercarse a este nuevo libro de Alicia Sánchez Martínez y aún quedan
ganas de seguir leyéndola.
María Dolores García Pastor