viernes, 26 de junio de 2020

Reseña: EL MAPA DE LOS AFECTOS, de Ana Merino.


Título: El mapa de los afectos
Autora: Ana Merino
Publica: Editorial Destino
Páginas: 224
Precio: 20 € / 8,99 €

¿Qué es para ti un pueblo? ¿Un conjunto de casa y terrenos propiedad de unos cuantos individuos o tal vez algo más? ¿Acaso pueblo no es también la relación que existe entre esos individuos, el sentimiento de comunidad que nace y crece entre ellos? ¿Y no merece la pena hablar de esas relaciones, de lo que hace que un pueblo tenga su propio espíritu?, me pregunto tras la lectura de El mapa de los afectos, la novela de Ana Merino ganadora del Premio Nadal 2020 que a continuación comentaremos.
Hay historias a las que, por su complejidad, resulta difícil escribir una sinopsis. De El mapa de los afectos podríamos decir que todo comienza con un niño que espía a su maestra y a otro docente, mayor que ella, en el bosque, en 2004. Mientras el chico descubre qué quiere hacer en su vida, el tiempo pasa en el pequeño pueblo del Iowa rural (Estados Unidos) en el que nace: asesinatos sin resolver, culpables que no lo son, rencores, venganzas… Pero también acciones solidarias que hacen que muchos de sus habitantes creen lazos especiales entre ellos. Con todos ellos llegaremos hasta 2019, año en el que finaliza esta historia: la de sus personajes, tan imperfectos como ricos en matices, y la de su pueblo.
Como decía al comienzo de este artículo, todo pueblo tiene un espíritu que se conforma por las relaciones que se establecen entre sus distintos habitantes a lo largo del tiempo. En este pueblo del Iowa rural podemos encontrar un buen número de sujetos que se relacionan entre sí de formas muy diversas: un chico, Samuel, que no sabe lo que quiere hacer con su vida y tardará bastante tiempo en descubrirlo; una maestra, Valeria, que después de tener un romance con un maestro del mismo colegio mucho mayor que ella decide casarse repentinamente con otro hombre al que dejará en su luna de miel en España; Tom, el maestro veterano amante de los eclipses que quedó eclipsado para siempre por el desamor; Greg, un vendedor de seguros que es encarcelado por un crimen que no cometió; Lilian, una madre que nunca volvió a casa, lo que traumatizó no solo a su marido, militar, sino también a sus hijos; Aurora, una directiva española a la que su nuevo jefe hizo que se trasladara a la América rural; Gina, la esposa dentista de Greg; Rita, una mujer amante del campo y los animales que ayudará tanto a personas como a animales; Diana P., la hija de Rita, una mujer que se siente desgraciada después de que alguien, en post de un falso feminismo, la despidiera de su trabajo; Maggie Curtis, la mujer que dejó a un marido que no quería; la señora Dolan, la dueña de la cafetería; la señora Claire, una mujer tan religiosa como malvada a los ojos de sus parientes; Marcela Sánchez, la inmigrante que ayudaba a la señora Claire; Irene, la sobrina de la señora Claire que hubo de encargarse de sus restos cuando esta falleció; y otros tantos personajes secundarios que dejaremos para que descubráis con esta lectura.  
Numerosos, como veis son los personajes que encontramos en esta novela de prosa pausada y lírica. También lo son los temas que subyacen en sus historias: el feminismo, la concienciación ambiental, el sentido de pertenencia a un territorio, los distintos traumas que sufren los soldados durante y después de una contienda bélica, el amor, el desamor, los celos, la rabia, el rencor, el perdón… Asuntos, muchos ellos de actualidad, aunque la mayoría sean atemporales, universales: los que siempre nos darán que pensar.
El mapa de los afectos, en definitiva, es una novela coral en apariencia sencilla, pues es apta para todos los lectores; pero en realidad compleja, cargada de mensajes, de sentimientos, de emociones. Una obra que nos hace entender no solo la unión entre los habitantes de este pueblo de Iowa, sino también entre cualquier persona con los otros integrantes de su comunidad. Una historia que no te dejará indiferente, sin duda, así que, ¿a qué esperas para conocerla?
Cristina Monteoliva


© Cristina Monteoliva.