domingo, 27 de octubre de 2019

Reseña: NO DAR DE COMER AL OSO, de Rachel Elliot.


Título: No dar de comer al oso
Autora: Rachel Elliott
Traducción: Santiago Tena
Publica: Alba Editorial
Páginas: 344
Precio: 19,50 €

Algunas pérdidas son tan sumamente traumáticas, que es difícil gestionar el duelo incluso cuando han pasado años del fallecimiento. Si además la muerte tuvo lugar en un accidente en el que estuvo involucrado algún miembro de la familia, la herida puede que jamás se cure. Así es como comienza No dar de comer al oso, la novela de Rachel Elliott: con una serie de personajes que no pueden dejar atrás la trágica muerte de una mujer, acontecimiento que tuvo lugar hace muchos años. Si quieres saber algo más sobre este original e interesante libro antes de decidirte por él, no tienes más que seguir leyendo esta reseña.
Sydney Smith es una ilustradora desde siempre muy inquieta que vive con su pareja, Ruth, y su perro de raza Fox Terrier, Otto. Como cada vez que llega ese día señalado en el calendario,  Sydney decide salir de viaje sola al cumplir los cuarenta y siete para hacer sus ejercicios de corredora libre, sin decirle a nadie que en realidad se dirige a St. Yves, el encantador pueblecito costero donde veraneó varias veces con sus padres y su hermano Jason, y aquel en el que un día del verano en el que Sydney tenía diez años, su madre murió. Acompañada por el fantasma de su progenitora, Sydney saltará de tejado en tejado un día tras otro, hasta aquel en el que tenga un accidente. La encargada de descubrirla en el suelo y llamar a la ambulancia será Maria, una mujer unida a ella de forma casual por otra desgracia del pasado. Maria será también la encargada de dar alojamiento a Howard, el padre de Sydney, Ruth y Otto cuando los tres vengan a ver a Sydney al hospital. Belle, la hija de Maria, estará de acuerdo. El huraño marido de Maria, Jon, el hombre que lleva toda la vida amargando la vida de su esposa, sin embargo, hará todo lo posible por hacer que se vayan. ¿Cómo acabará esta historia de corazones rotos? ¿Acaso entre todos conseguirán recomponer sus vidas?
Sydney es una ilustradora que ha decidido escribir una novela gráfica autobiográfica que abarca, fundamentalmente, sus escasos felices años de niñez. Cuando tenía diez años, su madre murió en un accidente que no se hubiera producido si Sydney no se pasara la vida trepando y corriendo sin importarle el peligro. Así lo ve ella, así lo ven los demás. Sin embargo, tantos años después, la ilustradora no puede dejar de hacer lo que siempre ha amado, sean cuales sean las consecuencias.
Ignorando la depresión de Ruth, su compañera de vida, y la de su padre, Howard, un viudo que jamás ha podido superar la muerte de su mujer, Sydney emprende el viaje al pueblo en el que la vida cambió para todos. El lugar sigue siendo encantador y ella pronto se siente a gusto saltando por sus tejados. Allí no solo moriría su madre, sino también el primer novio de Maria, una mujer a la que Jon, su marido, un amargado pintor de cuadros para turistas, no deja ser feliz. Ambos tienen una hija, Belle, una chica que trabaja en una librería y no piensa crecer jamás, tal vez porque ha descubierto que es asexual.

No dar de comer al oso, esta sanadora novela con una pizca de comedia y bastante drama narrada desde distintos puntos de vista (hasta los perros, Otto, el de Sydney y Ruth, y Stuart, el lebrel de María, ponen de su parte) es una historia sobre las pérdidas que no podemos superar, las relaciones tóxicas, los entrañables recuerdos del pasado que se ven empeñados por los más tristes, la necesidad de que los demás nos comprendan, el amor familiar y lo necesario que se hace encontrar la forma de dejar atrás, en cierta medida, a los que se fueron, para poder seguir viviendo y encontrar algo de paz. Una historia en la que la vida de varios personajes se entretejen, se desunen y se unen, para que, entre todos, lleguen a encontrar ese camino de reconciliación con el pasado y de estabilidad para el futuro. ¿Encontrarás tú el camino hacia esta lectura tras la lectura de esta reseña? Espero que así sea. 
Cristina Monteoliva


© Cristina Monteoliva.