Título: Todos los veranos del
mundo
Autora: Mónica Gutiérrez
Publica: Roca Editorial
Páginas: 320
Precio: 17,90 € / 7,99 € (ePub)
¿Recuerdas con calidad nostalgia los
veranos de tu infancia? ¿Te gustaría que todos los periodos estivales fueran
tan maravillosos como aquellos que pasábamos con los amigos, hermanos y primos
de pequeños? ¿Quisieras encontrar un libro con el que rememorar esa época a la
vez que descubres que todos los veranos pueden ser fantásticos si nos lo proponemos?
Pues entonces tu novela es Todos los veranos
del mundo, de Mónica Gutiérrez. Si quieres saber algo más de esta historia
antes de decidirte por ella, no tienes más que seguir leyendo esta reseña.
Tras ser despedida del
bufete de abogados de Barcelona en el que llevaba muchos años trabajando,
Helena pone rumbo a Serralles, el pueblo de los Pirineos en los que pasó todos
los veranos de su infancia junto a sus padres y hermanos. Helena quiere casarse
en el caserón familiar que recuerda en dos semanas con Jofre, el juez
implacable que no cae bien a nadie de su familia; pero al llegar, se lo
encuentra todo tan cambiado que no sabe que reaccionar. Y es que desde que su
padre muriera y ella dejara de visitar el pueblo, su madre no solo ha reformado
la casa casi por completo, sino que también ha abierto una escuela de cocina
rural en la casa en la que los alumnos no dejan de incordiar con sus platos mal
cocinados y sus idas y venidas. ¿Cómo podrá convivir con sus hermanos y
sobrinos Helena ahora que todo es tan diferente? Tal vez nuestra protagonista
encuentre algún consuelo en La biblioteca voladora, la librería que un extraño
extranjero ha abierto en el centro de pueblo. ¿O no será Marc, su antiguo amigo
y compañero de juegos, de vuelta también en el pueblo, el que haga que su humor
cambie?
Helena, la narradora y
protagonista de esta novela veraniega y nostálgica con final feliz, es una
abogada que acaba de ser despedida y no sabe muy bien qué hacer con su vida.
Incapaz de pensar en un plan mejor, decide casarse por fin con Jofre, su novio
desde hace años, en la casa familiar de Serralles. Aunque lo que en verdad
quiere Helena es volver a los veranos de su infancia, aquellos en los que
jugaba con sus hermanos, Xavier y Silvia y su mejor amigo, Marc, y su padre, al
que no deja de echar de menos, aún estaba vivo.
En Serralles, Helena se
reencuentra con su madre, una mujer con mucha energía que, aunque no muestre a
menudo sus sentimientos, adora tanto a sus hijos como a sus nietos; con Xavier,
el hermano mayor que vendrá acompañado por sus dos hijos, Anna y Miquel, un
montón de novelas publicadas a sus espaldas y el pesar de haberse divorciado de
una mujer a la que aún ama; y con Silvia, la bióloga que lucha por las causas
medioambientales con el mismo ahínco con que le recuerda a su hermana mayor que
no ha de casarse con Jofre, el odioso juez. Los personajes que nuestra
protagonista encuentra por sorpresa en este verano lleno de emociones,
añoranzas y nuevas alegrías son Jonathan Strenge, el curioso nuevo librero del
pueblo; el florista al que ella llama vikingo y que acaba liado con Silvia; y
Marc Montañés, el amigo de la infancia, compañero de infatigables aventuras y
eterno primer amor.
Serralles y el caserón
son para Helena los lugares en los que residen sus mejores recuerdos de
infancia; pero, sobre todo, donde se quedaron los mejores momentos que vivió con su padre. La
ausencia de su progenitor, las cosas que no se dijeron en la familia y lo que
queda por vivir en el futuro serán algunos de los puntos a resolver en esta
historia.
Todos
los veranos del mundo, en definitiva, esta historia llena de
librerías curiosas, escuelas de cocina rurales, vikingos malhumorados, viñedos
y momentos que dejan buen sabor de boca, es una novela con la que recordar los
buenos veranos y aprender que todavía quedan muchos más por vivir cuando
conseguimos dejar a un lado las tristezas y abrir el corazón a nuestros seres
queridos. Una obra melancólica, pero sobre todo amable y divertida que está
esperando a que la descubras. ¿Te atreverás a hacerlo este verano?
Cristina Monteoliva
©
Cristina Monteoliva.