Soy consciente de que esta reseña es
atípica, pero las Confesiones no
merecen menos. Es un libro extraño y cautivador.
La historia es
sencilla. Un hombre echa de menos a una mujer. Un amante llora su pérdida. Cómo
atraer a un lector aburrido, cínico, a beber ese agua. Pues lo hace. Con
sentido del humor. Con la humildad de un ser raquítico, un punto en el universo.
Con el valor y la tristeza de afrontar esa verdad tan simple y rotunda.
Confesiones
de un hombre raquítico de Alberto Masa está estructurado
en párrafos, hermanados del mismo modo en que lo están los versos de un poema.
No tienen necesariamente las mismas dimensiones ni están ordenados de acuerdo a
un parámetro temporal o temático, pero sí tienen la misma música, transmiten el
mismo estado de ánimo.
Si lo lees caminando,
como yo he hecho, notarás que el ritmo de la lectura marca tus pasos. También
podría decirse que tu oído lee por tus ojos.
«Hoy
no veo la luna desde la ventana de la cocina. Es una noche impar (ya he dicho
que es una) a cuya idiotez intento conceder un significado bebiendo un vaso de
té frío al que recuerdo haber echado media cucharada de azúcar».
No diría que es prosa
poética, pero sí que la prosa es puro ritmo, que es un corazón latiendo, es una
lucha por hacer al corazón seguir adelante, atarlo a las pequeñas cosas, tirar
de él, como a un cachorro que pega los cuartos traseros al suelo y desafía la
correa. No solo es el corazón romántico del amante, es el niño que vuelve a
llorar las soledades que ya no recordaba.
«Navidades
en casa de mis abuelos paternos. Quedan demasiado lejos, al mismo tiempo que
acá al lado. En el día de hoy ya he visto como todos se han ido. Eran una línea
de fichas de dominó en pie, muy juntas. Ella y yo somos, a veces, dos fichas
que quedan aún en pie».
Es un viaje que se hace
con un oído secreto que escucha un monólogo interior, y es la mejor manera de
contar una historia que ya ha ocurrido, o está por ocurrir, o nunca fue, que es
lo que nos pasa a todos cuando vivimos una historia de amor en el plano real
mientras sentimos que la otra, la que sucede, si acaso, en nuestra imaginación,
es la verdadera.
Aquí tengo que
compartir esta escena, donde el autor parece que auguraba esta reseña, en que
iba a hablar de la verdad detrás de las sombras de la realidad, y parece que se
acuerda de la caverna de Platón:
«Una
caverna. Eso encontrado al bajar, tras todo ese tiempo de ausencia sin hacerlo,
al sótano. Un montón de hilos de araña en cuyos laberintos veo el reflejo de mi
pensamiento la luz se había agotado y he avanzado como un Diógenes, joven aún,
por mucho que pueda poner en duda esto último, entre las mortajas de cucarachas
e incluso ratones».
Allí va el enamorado
platónico a buscar la sombra, el no-muerto de su amor que queda en los
recuerdos materiales, solo por intentar evadir al que sigue vivo en la memoria.
El lomo embuchado que encuentra en una estantería vale lo mismo que una foto en
blanco y negro. Todo vale menos que el fantasma. Y tú vas con el personaje
porque es imposible, te lo aseguro, que leas un párrafo sin tomar de la mano al
siguiente, y no vayas donde él va.
Alberto Masa trabaja
desde el párrafo del mismo modo en que dicen que hay que hacerlo autores tan
diversos como John Gardner en Para ser
novelista o Stephen King en Mientras escribo.
Aquí espero que no me
tomes por la típica que, como no sabe de quién hablar, habla de Stephen King o
de Oscar Wilde. Oscar Wilde es el escritor al que atribuíamos, en el siglo XX, todas
las citas y proverbios que no sabemos de dónde vienen. Su versión posmoderna es
Stephen King, a quien atribuimos todos los aciertos literarios, no esperados o
no buscados, de cualquier prosa.
Desde luego Alberto
Masa va a otro sitio. Estamos muy lejos del género de terror, muy lejos también
de lo fantástico; en un realismo desnudo, casi sucio. Pero el modo en que te
hace una aguadilla en la primera página y tú, por alguna razón, no quieres
sacar la cabeza del agua, es la misma que utiliza Alberto Masa.
Tú sabrás si quieres
abrir la caja de Pandora pero, te lo advierto: no podrás salir de esa cueva
hasta que no hayas encontrado el pasillo con el recodo más parecido a tu miedo.
Rebeca Tabales