Huele a incienso por
aquella calle, por esa otra, por la de más allá.
Instintivamente
el alma a través de la vista busca el Trono, a los penitentes, la banda de música: la procesión. Por más que
me esfuerzo, sin embargo, la típica estampa de la Semana Santa granadina no
aparece al fondo de la calle. Los Cristos, los Santos y las Dolorosas se han
quedado un año más en sus templos. Las aglomeraciones de gentes, antes
repartidas por las calles de la ciudad por las que pasaban los pasos, se
concentran en las inmediaciones de las Iglesias. Todo el mundo quiere visitar a
sus Imágenes de cabecera, aunque haya que procesionar hasta el interior durante
una hora, con este calor que aprieta ya en la capital narazí; se pueda mantener
o no la distancia social.
Por
lo menos, las mascarillas están en su sitio.
Hablando de
mascarillas, este martes 30 de marzo hemos sabido que el
próximo verano serán
obligatorias también en la playa. Pronto no solo luciremos la marca del bikini
o el bañador. La cara nos quedará morena por una parte, blanquecina por la
otra. Ni las playas nudistas lo serán tanto.
Esto
de llevar mascarilla en la toalla será raro durante un tiempo. Luego, nos
acostumbraremos.
O
no. Porque no a todo nos acostumbramos con la pandemia. Algunos podrían pensar
que después de tres meses de confinamiento en casa y de las restricciones
impuestas durante las sucesivas olas (no olvidemos que ya vamos por la cuarta,
y lo que te rondaré morena mientras no estemos todos vacunados, lo que creo que
será dentro de tanto tiempo, que cuando nos vacunemos los últimos, habrá que
volver con los primeros), ya estaríamos hechos a lo de relacionarnos solo por
internet y teléfono con los amigos y tomar la cervecita en casa con las
personas convivientes. Se conoce que el ser humano tiene unas costumbres bien
arraigadas, y en cuanto se abren los bares, ¡todos juntitos vamos para allá!
Todos
vamos a los bares, unos con más precaución, otros con menos. Algunos observamos
las mesas de las terrazas calculando las distancias entre ellas, entre las
sillas, entre vete tú a saber qué. Somos las Viejas del Visillo de la ciudad,
siempre atentas a esos detalles que nos hacen pensar que nosotros lo estamos
haciendo mejor. ¿Mejor? ¡Pero si también vamos paseando por calles concurridas
y nos sentamos en las terrazas en vez de quedarnos en casa a ver si de verdad
se aplanan ya esas curvas que tan locos nos tienen!
Llegamos
a la Gran Vía y nos topamos con una nueva y considerable cola. Han abierto Los
Italianos hace unos días y los granadinos quieren comer sus helados a toda
costa. Mi Vieja del Visillo se pregunta si no sería mejor probar los helados de
otros establecimientos menos concurridos (y también muy buenos) y dejar así
paso por esta acera, ya de por sí concurrida.
¡Ah,
mejor dejarlo ya! Todo resulta agotador si te paras a pensar. Demos por
terminado el paseo, que el cuerpo y el alma piensan ya en la cena.
Volvamos
a casa buscando una calle donde huela de nuevo a incienso: lo único que cada
Semana Santa, incluso en esta tan particular, permanece siempre igual.
Cristina Monteoliva
©
Giuseppe Favale.