¿Sabéis la cantidad de
cursos, talleres, masterclass, etc, online
que han aparecido desde que comenzó la pandemia? A algunos tienes que apuntarte
directamente para conocer su contenido; pero muchos otros te ofrecen una o
varias clases o sesiones gratis, en diferido o en directo, con la intención no
solo de que conozcas lo que te ofrecen, sino también, y sobre todo, de que te
convenzas de que tienes que comprar el servicio en cuestión para aprender a
vender productos artesanales en internet, convertir tu cuenta de Instagram en
un sitio más visible, tener éxito en Youtube, lo que sea.
Desde
que sufro el bloqueo creativo y la falta de objetivos literarios me ha dado por
hacer varios de estos seminarios y cursos gratuitos. Si bien no se puede decir
me hayan resultado igual de enriquecedores, creo que de todos he aprendido
algo. Del último, en realidad, saqué una buena cantidad de conocimientos. Pero
también algo más: la sensación de haber sido una tonta durante mucho tiempo.
Tonta.
Durante unos días me he sentido muy tonta, ¡una verdadera petarda!
¿Inconsciente?
¿Pardilla? ¿Torpe? ¿Cómo puedo definir lo que he sido durante este tiempo de
vida autodidacta, sin darme cuenta de mis graves carencias y sin que nadie
tampoco me las hiciera notar? ¿Cómo me vengo a dar cuenta a los cuarenta y dos
años de edad de que no puedo ir más allá con mi escritura hasta que no tenga
claro ciertos conocimientos? ¿Y cómo es que en realidad no costaba tanto
adquirirlos? ¡Pero si con una sola clase gratuita lo he visto muy claro! Y
mucho más luego en el Taller de novela de terror que comencé ayer (impartido
por Sandra Becerril y organizado por Tres pies al gato), donde creo que por fin
aprenderé ciertos asuntos que… No, eso no os lo voy a contar, que este curso es
de pago. Si queréis, ¡apuntaos vosotros a la próxima edición! (No os
arrepentiréis).
Así
que en esas estamos: intentando aprender cosas nuevas que ya debería saber
desde hace tiempo. Cura de humildad, lo llaman. Ganas de salir de este agujero
creativo, desde luego, no me faltan.
No,
no soy tonta. Tal vez un poco lenta, desde luego. Pero, ¿qué más da en el
fondo? También de toda esta crisis mía habré aprendido, y nunca es tarde si de
lo que se trata es precisamente de eso: de adquirir nuevos conocimientos. Sean de
cursos gratuitos, de cursos de pago o de la vida misma.
Cristina Monteoliva