¿Cuál es tu
relato favorito de “Lazos de sangre” y por qué?
No escribo los relatos pensando en un libro de relatos sino que
cada uno surge en un momento concreto de mi vida, por razones que puedo conocer
o no. De manera que, cuando los selecciono, elijo aquellos que me parecen los
mejores, de ahí mi dificultad para señalar uno entre otros, puesto que todos
han sido elegidos entre otros que quedaron en proyecto o definitivamente atrás.
No obstante, quizás Las
invitadas tenga para mí un significado especial, pues parte de una anécdota
vivida –una temporada en casa de una amiga veneciana–, que me sirvió para
contar el comienzo de la desidealización que una hija hace de su madre, un
proceso tan necesario en la vida de una futura mujer. Y, por supuesto, El hermano gemelo.
¿Te ha
sorprendido que “El hermano gemelo” sea uno de los cuentos más comentados entre
los lectores?
No me ha sorprendido. Fue un relato que se gestó muy lentamente,
que me obligó a viajar a Oslo porque “quería ir al frío”, era lo que repetía
con insistencia durante meses, y no sabía exactamente el porqué, pero sí que en
el frío daría algo de mí que lo necesitaba claramente para expresarse. Lo
escribí en Oslo, durante un viaje que hice con mi hija en febrero, a dieciséis
grados bajo cero, disfrutando muchísimo de la ciudad helada. Vivo en un paisaje
mediterráneo y quería sentir otra geografía radicalmente diferente, donde el
blanco y el frío fueran omnipresentes, porque sentía que podría tocar nuevos
registros. Como se puede observar en mi obra, me influyen muchísimo las
ciudades, los ambientes.
Luego lo construí como si se tratase de una novela negra. Empieza con una muerte y un
detective, y sigue con la investigación de la hija. Yo mismo disfruté mucho
durante su escritura, y supuse que lo mismo les ocurriría a los lectores, como
así ha sido.
Recuerdo que escribía de seis de la tarde hasta la hora en que
salíamos a cenar. Segura de que nadie iba a interrumpirme. Un placer.
¿Por qué los
matrimonios se acaban convirtiendo en “animales de compañía”?
Algunos matrimonios acaban convirtiéndose en animales de
compañía, otros no. Imagino que serán muchas las causas. A menudo utilizo la
literatura para explorar incógnitas que no puedo resolver desde mi profesión. Y
esta es una de ellas. Las necesidades de apego del ser humano son infinitas,
más poderosas que las de la pasión, y quizás sean ellas las que colocan la
compañía (aunque sea muda, aunque comporte pérdida de la propia identidad) por
encima de la independencia. Ser independientes nos aproxima a la soledad, una
soledad muy temida por quienes sufren esa necesidad de apego tan fuerte.
Cuando se teme demasiado a la soledad se claudica, se minimizan
todos los deseos si estos amenazan la presencia del otro, se sacrifican las propias
aspiraciones en el altar de la compañía, y perdemos subjetividad, y nos
convertimos solo en animales de compañía.
¿Por qué une
tanto la sangre cuando a veces, tal y como vemos en tus relatos, hay tanto que
nos separa con nuestros consanguíneos?
En nuestra cultura mediterránea la sangre une mucho. En el norte
de Europa mucho menos. Es el imaginario cultural sobre los lazos de sangre lo
que los hace tan importantes o los interpreta. No existen hechos, existen
interpretaciones, afirmaba Nietzsche. Creo que esto está cambiando actualmente.
Hoy nos enfrentamos más a la ambivalencia de esos lazos, con un pensamiento
más, llamémosle “laico”, que los desacraliza, y observamos su aspecto oscuro, a
veces letal (asesinatos de hijos a manos de los padre, de padres a manos de sus
hijos, separaciones familiares por herencias, alejamiento y dispersión familiar
que nos interrogan), y entendemos que, como todo afecto humano, los lazos
familiares están compuestos de amor y de odio, de rivalidad y cooperación, de
envidia y de gratitud, de celos y generosidad. En el libro quería mostrar todos
esos matices.
©Lola Mondéjar.