A
partir de entonces como unos títeres sin albedrío fuimos sometidos y al
recorrer las calles nos encontrábamos siempre bajo la lluvia, unas veces con
paraguas, otras llenándote del chaparrón que colmaba los sentidos, algunas
sosteniendo en tu pecho al niño medio desnudo. Nos mirábamos de soslayo pues
hasta las miradas estaban prohibidas. La Sevilla de la posguerra no sólo dejó
silencios, hambre, suspiros. También nos dejó el deseo escondido, la pasión de
las caricias encubiertas. Ni siquiera sé cómo llegó el momento en el que me
reconocí en tus ojos, el momento cuajado de encuentros fortuitos, buscándonos
nuestras sombras como dos amantes secretos, rozándonos las manos en las esquinas de las calles,
corriendo por las empinadas callejuelas de Sevilla. Albareda, Bailén, Olavide,
Galera, Maravillas. Sólo nombres de calles, pero calles cómplices de nuestros
anhelos. Jugando al ratón y al gato, entre verdades y mentiras, sonrisas
perladas de miseria, retazos de una época en la que no hubo paz pero sí amor.
No había en Sevilla dos amantes como
nosotros, con ese amor salvaje y sucio que censuraba la posguerra. Mujer
abandonada con un hijo a cuestas, los hombres te desterraban del Edén que
prometían. Y ahora imagino tu pelo azabache movido furiosamente por el viento.
En realidad lo recuerdo. Imágenes vívidas, un tanto confusas, de tu boca sobre
mis labios, tu lengua curiosa descubriendo la mía, las manos traviesas
enredadas en tus cabellos y el amor, tan sólo el amor. Vos me decías que en el
amor no se elige, que te atraviesa como un rayo. Reía como un loco, fumando el
mate que siempre estropeabas.
(Fragmento de “Cortázar
en Sevilla”. Inédito)
© Javier Durán.
Ilustración realizada para el cuento “Una parca labor” (Elena Montagud).
***
Héctor no volvió a clase después del
incidente en los servicios. Los cuchicheos corrieron rápidamente de boca en
boca. Me enteré de que estaba muy mal. Cada vez que iba al servicio sangraba
profusamente. Los médicos no entendían qué le ocurría. No habían podido
encontrarle nada, ni una infección, ni una insuficiencia, ni siquiera un cáncer
de riñón, tal como llegaron a sospechar.
¿Por qué los demás no sospechaban
nada pero yo sí? Ning me parecía más peligroso que nunca. Me mantenía lo más
alejado posible de él. Le evitaba por los pasillos. Su sonrisa de dientes
torcidos y su ronca voz me inquietaban.
Los recreos se llenaban con los
gritos de “¡Peste, vacuna!”. Ning siempre quería ser el apestado. Cada día
tocaba a alguien diferente. Otro niño enfermó. A partir de ahí todo se desarrolló
vertiginosamente.
Tocó a Manuel en la cara. Al día
siguiente llegó a clase con una pequeña erupción. Al otro se había convertido
en pústulas. Una semana después no volvió. Dijeron que incluso sus padres se
repugnaban ante su presencia.
Tomás, por su parte, fue tocado en
el estómago. Por la tarde comenzó a vomitar. Dos días más tarde estaba delgado
como una lima. No podía comer, ni beber. Se lo llevaron del pueblo para que lo
viera un especialista. No volví a saber de él.
(Fragmento de “El
juego de la peste”. En Calabazas en el Trastero: Peste)
© Javier Durán.
Ilustración realizada para el cuento “Génesis del placer” (Elena Montagud).
***
A
través de esos cantos he podido ver más como ella, más crisálidas colgando de
árboles tan enormes que rozan las nubes. He podido
comprobar que son muy parecidas. Todas ellas comparten esos cabellos verdosos y
todas alguna vez han abierto sus ojos para mirarme, para hacerme comprender que
están, que son, que existen, que
necesitan de alguien para su afirmación. He llegado a preguntarme si sólo
saldrán de sus capullos ante el contacto con otros seres humanos y también me
cuestiono si en nuestra sociedad alguien estará gozando de tener una de ellas
como yo.
¿Se
abrirá la crisálida? ¿Se mostrará ante mí esta diosa de otro mundo, de otra
cultura, de otra civilización? Son tantas las preguntas que me hago, tantas las
pasiones que recorren mi atormentado cuerpo. Yo, siempre tan solitario, tan
melancólico, tan afligido, soy ahora un hombre que se siente vivo y feliz. Ella
ha sido la que me ha devuelto las ganas de vivir, la que me ha hecho entender
que tal vez yo no pertenezca a esta orilla y tan sólo sueño con que me lleve al
lugar edénico del que ha venido.
Oh,
sí… Hay muchas como ella. Bellas ninfas con alas a su espalda, con ojos que
transmiten saberes milenarios y ciencias que el hombre jamás conoció. ¿Quién
es?, ¿por qué ha venido a mí?, ¿por qué he llegado a depender de ella? ¿Es
esto, acaso, lo que llaman amor?
Una cosa la tengo muy clara y es que
ninguna, ninguna es como ella, porque eligió a un pobre desgraciado para
alegrar su vida, porque me eligió a mí.
(Fragmento de “La
crisálida”. En Premio DigiBook. Este relato forma parte de una historia
mayor que la autora empezó a desarrollar posteriormente y que se encuentra en
proceso de escritura).
© Javier Durán.
Ilustración realizada para el cuento “Condemnata regina” (Elena Montagud).