lunes, 29 de enero de 2018

Entrevista: INÉS MENDOZA.

Queridos lectores,

después de un tiempo de parón, volvemos con las entrevistas en La Orilla de las Letras. En esta ocasión la autora que nos acompaña no es otra que Inés Mendoza, que desde hace meses tiene a la venta en el mercado su segundo libro de relatos: Objetos frágiles.
Inés Mendoza es escritora y arquitecta. Actualmente trabaja como profesora en la Escuela de Escritores. Ha publicado los libros  de cuentos El Otro Fuego (Páginas de Espuma, 2010) y Objetos frágiles (Páginas de Espuma, 2017). Sus relatos han sido recogidos en diversas antologías, entre las que destaca Mar de pirañas, nuevas voces del microrrelato español (Menoscuarto, 2012). También ha impartido cursos en instituciones como el Museo del Romanticismo y publicado artículos sobre literatura en medios de prensa y libros colectivos, como Diodati, la cuna del monstruo (Adeshoras, 2016) o Jules Verne (Graphiclassic, 2017).
Dicho esto, ya solo queda que nos adentremos en la entrevista:

¿Cuándo comenzaste a escribir?
No empecé en un momento preciso. He leído y escrito desde que tengo memoria. De niña hacía poemas y cuentos que imitaban (o intentaban imitar) los libros que leía; quería ser Marco Polo, el principito, y así sucesivamente. En la universidad redactaba pasquines o panfletos políticos, y colaboraba en publicaciones literarias o de arquitectura. Luego empezaron lo que llamo mis “lecturas-revelación”, especie de ritos de paso que me han ido abriendo perspectivas vitales o poéticas. Jamás olvidaré la primera vez que leí el poema Abandonadlo todo de André Breton.

¿Qué autores o libros te han influido como escritora?
¡Uff, son demasiados! Te hago un resumen. Ya para 2010, cuando se publicó El otro fuego, mi otro libro, la cosmovisión romántica había marcado mi forma de entender la escritura. De hecho, fue por esos años cuando empecé a dar cursos sobre romanticismo. Debo mucho a autores alemanes e ingleses como Byron, Blake, Novalis, Eichendorff o Hoffmann. He seguido a Poe, Miller (Henry), Dunsany, Kafka, y Cortázar. Me siento en deuda con los simbolistas franceses, los surrealistas de diversos lugares y épocas (Leonora Carrington en particular), y las vanguardias. Por último, ciertas corrientes extraliterarias han determinado mi visión del mundo: el existencialismo feminista de Simone de Beauvoir, el sistema social pasional de Fourier, el marxismo y el anarquismo. Parece una lista heterogénea, pero no lo es tal y como yo la veo: una lista de autores románticos/as, entendiendo el romanticismo como una filosofía que trasciende la corriente estética de Jena.

¿Cuál es el último libro que has leído? ¿Nos lo recomendarías?
Suelo leer varios al mismo tiempo. Recomendaré dos: La lluvia en el desierto, que reúne la poesía y los poemas póstumos de mi amigo Eduardo García. Edu es un escritor auténtico, un intelectual excepcional, y un vitalista valeroso cuyos poemas, aforismos, y ensayos serán un descubrimiento para cualquier lector. Ahora mismo acabo de leer El anillo de Pushkin, de Juan Eduardo Zúñiga, un libro inclasificable que es al mismo tiempo un homenaje a la gran literatura rusa y un conmovedor testimonio de amor a los libros, a la poesía.

¿Por qué escribes relato y no novela, por ejemplo?
Pues no te creas; entre mis veinte y mis treinta años escribí dos novelas. Una era algo así como una relectura de Rayuela y de El libro de Manuel; la otra era una suerte de exploración erótica. Lo que pasa es que a medida que me formaba como escritora me iba dando cuenta de que la novela no era mi género, y descarté los dos manuscritos.  Eso no significa que si un día necesito escribir una novela o un poemario no lo haga, pero vamos, que tengo claro que mi género es el breve. Por otra parte, soy una escritora lenta, y tengo la impresión de que me aburriría escribir sobre el mismo argumento durante años; cosa que es inevitable, creo yo, si se cultiva el género novelístico.
  

© Víctor García Antón.

Por cierto, ¿qué ingredientes tiene que tener un cuento para que sea bueno, según tu opinión?
Bueno, hay muchos tipos de cuento. Unos se acercan al poema en prosa o al microrrelato. Los hay realistas y fantásticos, detectivescos o de ciencia-ficción. En principio no rechazo ningún texto por su género. Numerosos relatos de Carver recurren a estructuras clásicas y son obras de gran inteligencia y sensibilidad. Lo mismo digo de las narraciones experimentales de Cortázar o Borges. A mí lo que me interesa de un libro es la calidad. No hablo de excelencia, hablo de responsabilidad. ¿Qué busco en un relato? Para empezar, que me conmueva en el plano de lo sensible. Tengo la manía de clasificar los libros en dos grupos: el de los que no tienen “el espíritu” (en el sentido filosófico, no en el religioso) y el de los que sí lo tienen (en distintos grados). Por regla general, necesito de un texto que se sustente en un discurso de respaldo, que mantenga alguna postura ante la realidad, aunque lo haga con fantasmas o marcianos. En cambio no me interesan los escritores que carecen de mundo, los autores comerciales o los que buscan medrar. Cualquiera está en su derecho de vender, claro, pero yo no quiero perder el tiempo. Aparte del “espíritu” y el discurso, también valoro el oficio en un libro; creo que el esfuerzo técnico es una muestra de responsabilidad social y respeto por el lector. Me importa, más que ninguna otra cosa, la autenticidad. En eso coincido plenamente con los románticos, y más en nuestra época, que refrenda el famoseo y presta tan poca atención a la poesía.

¿Cuánto tiempo has tardado en reunir los dieciocho relatos que componen Objetos frágiles?
Unos seis años. Solo que no fue exactamente que los reuniera. Desde el momento en que creo que tengo un libro, empiezo a descartar cuentos, a imaginar el sentido del conjunto y de cada texto, a probar distintas opciones para ordenarlos, a hacerme preguntas sobre el significado de lo escrito, lo que puede aportar, etc. Todo esto lo hago en varios años, no de una tacada.

¿Cuál de los relatos de este libro te ha costado más escribir?
Me costó mucho Todo lo sólido. Mucho no: muchísimo. A lo mejor es porque se trata de un texto expresionista, expositivo, difícil de componer. Al principio este relato tenía la extensión (y hasta la estructura) de una nouvelle; luego eliminé una parte del argumento y lo reescribí, pero no me gustó el resultado y lo descarté; no lo veía. Más tarde descubrí, casi por azar, que este relato tocaba todos los temas del libro. Esto me encantó, entre otras cosas porque en las primeras versiones del cuento la protagonista estaba traduciendo El paseante de las dos orillas, de Apollinaire, uno de mis libros más queridos. Así fue como me di cuenta de que Todo lo sólido paseaba por los demás textos, los recorría, al igual que Apollinaire paseaba por mi amada Paris. Después de eso pasé meses reescribiendo el texto y finalmente lo incluí en el volumen.

¿Por qué has decidido ordenar los relatos en tres secciones distintas?
No fue una decisión; es algo que ha ido pasando. Probé varias formas de organizar el libro. Al final, creo que el orden resultante es una mezcla de todas esas tentativas. Lo suyo es que sean los lectores quienes interpreten el sentido (o sin sentido) de las tres secciones. Mi interpretación es que “Ritual de las manos” agrupa los cuentos más oníricos, los que tienen algo de presagio y también revelan mi deseo de convertirme en una buena soñadora. Como el propio título indica, “Guantes amarillos” reúne las piezas más decadentes o “neodecadentes”, las que protestan contra nuestra época, contra los retrocesos en materia social. La tercera sección es una mezcla de las otras dos y recoge los relatos más reflexivos. Viene a ser una especie de conclusión abierta, un verso de cierre de ese poema narrado al que aspiro que sea todo el libro.  

En Objetos frágiles encontramos muchos relatos en los que los lugares míticos inventados y los sitios abandonados tienen mucho protagonismo. ¿Podrías contarnos algo sobre los motivos que te llevaron a escribir sobre ellos?
Soy arquitecta. Me fijo mucho en las ciudades, en las literarias, las físicas,  las nuevas, las antiguas, en las desoladas o las utópicas; en las formas humanas de agrupación. Soy también una paseante de dos orillas. Sin embargo, cuando describo o imagino estas ciudades, sus arquitecturas, no soy totalmente consciente de lo que hago, es más como si meditara dentro de un sueño. Me inunda la idea de una ciudad abandonada, Art Nouveau, o maligna, como la de Arcontes, por ejemplo, y entonces la deseo, deseo verla y tocarla, la sueño, o hasta la temo. Llega el momento en que necesito construir esa ciudad, y la construyo con palabras. Escribirla es como una manera de darle vida.


© Elena Martín Barce.

La inseguridad y la ruptura del equilibrio son también constantes en los relatos de Objetos frágiles. ¿Intentas  advertir a tus lectores de los peligros de acomodarse en la vida, de no estar atentos a lo que puede venir?
Mi intención no era hacer advertencias a nadie; es mi forma de ver las cosas, el mundo, la realidad. Es verdad que acomodarse a “lo que hay” me parece nefasto, pero no solo ahora, sino en cualquier período histórico. No soy nada conformista; y aunque tiendo al pesimismo y lo defiendo, soy una utopista sin remedio, una enragée nata. Supongo que por eso mismo soy tan cómplice de los románticos y de ciertas vanguardias. Pero mi intención con el libro, si la hay, es más inspirar que advertir.

La amistad también es un tema recurrente en Objetos frágiles. ¿Es un tema que en tu día a día te preocupa?
Me importa la amistad. Siempre me ha importado. Como he dicho en otra entrevista, doy una importancia suprema a los vínculos electivos. Es un “objeto frágil”; un tipo de relación que hay que cultivar, yo hasta diría que la amistad, no la familia, es el verdadero germen de toda sociedad, y no digamos ya de toda sociedad armónica.

En este libro encontramos también una escritora en crisis. ¿Estuviste en crisis en algún momento de la escritura de Objetos frágiles? ¿Es por ello que has tardado tanto en publicar este segundo libro tuyo?
La razón por la que tardé seis años no es que pasara por una crisis de inspiración o algo parecido. Sencillamente soy una escritora lenta. Tampoco tengo prisa por acumular publicaciones, jamás la he tenido. Cuando estoy haciendo un libro descarto textos, medito y mimo cada relato, me hago preguntas sobre el mundo, la literatura, etc. Lo que no hago cuando escribo es medir el tiempo. Me cuesta imaginarme a Baudelaire preocupado por publicar un poemario cada dos años para “hacer carrera”. Y yo a Baudelaire siempre le hago caso.

¿Qué esperas que encuentren los lectores en Objetos frágiles?
En la época de mi primer libro veía la literatura como una máquina para perder la ingenuidad. Pensaba que los libros contribuyen a que la historia se mueva, a que el mundo cambie. En parte sigo creyendo ambas cosas, pero hoy diría que los libros –y cualquier actividad poética- son más que nada balsas de rescate. Porque si una novela como la Lucinde de Schlegel pudo atravesar el tiempo, llegar hasta mí en 2010 (que fue cuando la encontré), y cambiar mi percepción de la realidad, entonces la poesía escrita sí tiene algún poder de transformación. Querría que Objetos Frágiles fuera eso: una balsa de rescate. Una herramienta que contribuyera a reinventar o rescatar fenómenos en peligro como la desobediencia, los sueños, la poesía, el exceso, la aventura o las utopías. Cambiar el mundo nunca pasará de moda. Siempre habrá playas bajo los adoquines de hoy o de mañana. De algún modo, Objetos frágiles exterioriza la forma concreta de mi deseo de transformar la vida.

¿Qué nuevos proyectos tienes en marcha?
Estoy empezando a escribir, no sé qué saldrá, aunque querría seguir una línea más parecida a la de Todo lo sólido, el último relato del libro, un tipo de texto como más expresionista. Ahora estoy con un poema en prosa y un relato largo. No sé qué pasará, y me gusta no saberlo.

Muchas gracias por tu tiempo, tus respuestas y tus fotos personales, Inés. Suerte con lo nuevo que estás escribiendo y con Objetos frágiles.
Y a vosotros, amigos de La Orilla de las Letras, gracias por estar un día más al otro de la pantalla. Ahora, ¡a leer!

Cristina Monteoliva