lunes, 7 de octubre de 2013

¿QUÉ ESCRIBE JESÚS ARTACHO?

 A continuación, algunos fragmentos de los relatos que podréis encontrar en EL RAYO QUE NOS PARTA, de Jesús Artacho: 


EL RAYO QUE NOS PARTA

Por aquí apenas pasan coches. El nego­cio no da para mucho, pero al dueño no le en­tra en la cabeza: cerró la gasolinera y luego la ha vuelto a abrir. Mientras haya para seguir tiran­do… No es que haya sido siempre así. Antes de que abriesen la autovía, este era un sitio transi­tado, pero luego, cuando terminaron las obras, la gente dejó de venir y poco a poco nos fuimos quedando solos, la soledad se nos fue adhirien­do al cuerpo como una costra, en realidad como una herida en carne viva. Mi madre me lo avi­só. Pero a veces no oímos, no queremos oír y los cantos de sirena nos atrapan en su telaraña y nos vamos a la mierda sabiendo que está en nuestra mano no caer tan bajo, es la vida, pero algo nos empuja, y nos nubla la vista y nos pone la zanca­dilla para que tropecemos.
Al menos no hay malas vistas, nos que­da el consuelo sentimental del espectacular cielo sangrante de los atardeceres. La carretera pide a gritos una buena capa de alquitrán, desgasta­da por el tránsito parsimonioso de camiones pe­sados y tractores. A veces alguien llega, para el motor pero no reposta, ni siquiera por conside­ración, simplemente se baja del coche y pregunta por el camino porque se ha perdido. Si me que­dase algo de esperanza diría que es desesperan­zador, pero va a parecer que intento dar lástima. No es eso, créanme, durante la mayor parte del tiempo nada de esto me afecta, al fin y al cabo el negocio no es mío, pero mi situación en muchos aspectos es deficitaria y a veces, cuando me voy a la cama o me miro desnuda en el espejo, me pregunto a qué se reduce todo.
A qué se reduce todo.
(Inicio del relato “El rayo que nos parta”)



PHILLIES

Phillies. Así se llama la papelería de mi padre. No pudo ponerle cualquier otro nombre: tuvo que ser Phillies.
Es por el pintor Edward Hopper. En un cuadro suyo, titulado en inglés Nighthawks, hay un bar o un restaurante que se llama Phillies.
No tengo ningún reparo en decir que el cuadro no me gusta. Es más: incluso lo detesto. En el cuadro que les digo no hay nada, sólo una calle desierta y cuatro personas: una mujer y tres hombres. Uno, que lleva un gorrito blanco, está tras la barra de Phillies. Los otros dos, trajeados, llevan un sombrero de fieltro. Uno está solo y de espaldas, y el otro, que parece estar fumando, aunque en el cuadro no se observa ni pizca de humo, quizá no haya encendido aún el cigarrillo y sólo lo sostenga entre los dedos, el otro, digo, está acompañado por una mujer rubia de ves­tido rojo que, dicho sea de paso, no se ve muy animada. De hecho, parece que se esté mirando las uñas, de puro aburrimiento. Pero si uno pres­ta atención descubre que no es así, sino que mira un pequeño papel que sujeta entre los dedos. To­tal, que en el cuadro no pasa nada. No se mueve ni una mosca.
No sé por qué mi padre le puso ese nom­bre a la papelería. Cada vez que se lo pregunto me dice que porque le gusta, o cosas por el estilo para salir del paso, pero barrunto que en el fon­do tiene que haber otras razones. Mi padre no es un entendido en arte, ni mucho menos, e incluso sospecho que Nighthawks es el único cuadro que le gusta.
(Inicio del relato “Phillies”)
  


EL EXILIO INTERIOR

Interrumpió de golpe la canción que estaba tarareando mientras se secaba. Algo in­quieto, detectando ciertas variantes, barrió con la mirada el cuarto de baño, ahora que la nube de vapor permitió a los objetos delimitar sus for­mas. El diseño de los azulejos se le antojó tan ex­traño como ridículo, el bidé había desaparecido, el espejo era ahora oval.
Desde la cocina, una voz lo reclamaba cada vez con mayor urgencia. Hora de cenar. Se apresuró a bajar las escaleras: el pasamanos, el color del mármol… Para cuando se sentó a la mesa de la cocina, varias veces se había pre­guntado dónde estaba, porque aquella no era su casa. Como tampoco era su esposa la mujer que se comportaba como tal y le pedía que le pasase el pan con la voz monótona de quienes llevan años conviviendo.



SALÓN CON BUQUE

Huete busca las zapatillas debajo de la cama. Entonces, algo extraño nota. Hay bajo el colchón una planta, una planta que Huete iden­tifica como hiedra.
Huete no la ha plantado allí. Huete no tie­ne plantas en casa y lo ignora casi todo sobre las plantas. Huete se pregunta si la hiedra es una planta que se planta o una planta que crece por voluntad propia.
Hinca las rodillas en el suelo y observa la hiedra, que para brotar ha resquebrajado una baldosa. Luego recobra su verticalidad algo en­corvada y, antes de acostarse, con la mente toda­vía en la hiedra, se encoge de hombros.
(Inicio del relato “Salón con buque”)



GREGUERÍA

La j es una i recibiendo un soborno.