No solíamos tenerlos en
cuenta. Eran casi invisibles, los cuidadores fantasmas de los que nos
olvidábamos una vez fuera del hospital en el que, por uno u otro motivo,
habíamos sido ingresados. Hasta que llegó la pandemia y nos dimos cuenta de que
eran imprescindibles. Al principio, porque luego parece que los hemos vuelto a
olvidar, dejándolos a su suerte en un trabajo no solo duro, sino también harto
necesario. Todos los sanitarios se merecen un homenaje. Como por ejemplo, el
que encontramos en el libro Una presencia
ideal, de Eduardo Berti, la obra que este autor dedica a todos los
trabajadores del servicio de cuidados paliativos. Si quieres saber por qué
deberías leer este libro, no tienes más que seguir revisando esta reseña.
Entre
abril y diciembre del año 2005 Eduardo Berti pasó varias semanas en el hospital
de Ruan, invitado por el servicio de cuidados paliativos. De su experiencia y su
observación exhaustiva, nació la necesidad de crear esta obra, que no es ni más
ni menos un homenaje a todos los trabajadores, especialmente ellas, de un servicio
del que tanto se recela pues el tabú de muerte está todavía muy presente en
nuestra sociedad.
El
libro se compone de un total de cincuenta y cinco relatos breves puestos en
boca de los más diversos trabajadores del sector: doctoras, enfermeras,
auxiliares de enfermería, esteticistas, camilleros, músicas voluntarias,
asistentes sociales, jefas de la unidad, personal de limpieza, voluntarias de
la asociación de apoyo a enfermos terminales…
Si
bien estos relatos tienen extensiones muy variables, todos ellos tienen la
particularidad de ser narrados con una suerte de voz común, amable y cercana,
que nos ayuda a empatizar tanto con las historias narradas como con los
protagonistas de las mismas.
Trabajar
con personas a las que les queda poco tiempo de vida no es una tarea sencilla. Como
vemos en este libro, aunque resulte inevitable, siempre se le toma cariño a los
enfermos, por muy difíciles que estos puedan llegar a ser.
Los
trabajadores no solo han de lidiar con ellos y sus males, sino también con sus
familiares, sus circunstancias, la burocracia, la sociedad…
Algunos
de nuestros protagonistas nos hablarán de sus primeros días de trabajo. Otros,
se centrarán en los pacientes que más les marcaron.
Las
anécdotas se suceden en este libro. Las hay de todo tipo, la mayoría, de lo más
curiosas y emotivas.
El
turno de noche puede ser el más difícil, si bien el cansancio de acusa siempre
que se trata a personas moribundas y sus familiares.
A
veces no se sabrá si es mejor dejar que el paciente se vaya a casa a morir
rodeado de los suyos o que se quede en el hospital.
Nuestros
narradores intentarán tomar cierta distancia con los hechos narrados, sin
conseguirlo, la mayor parte de las veces. Al fin y al cabo, por muy
profesionales que sean, no dejan de ser humanos, con todo lo que ello implica,
y trabajar en un lugar donde la esperanza ya está perdida es harto complicado.
Una presencia ideal,
en definitiva, es un magnífico libro que nos habla con crudeza, a veces,
ternura, la mayor parte del tiempo, de todos aquellos que trabajan en el
servicio más triste de un hospital: el que atiende a las personas que van a
morir de un momento a otro. Se trata este de un pequeño gran homenaje a unos
trabajadores cuya dedicación es plena y su trabajo, del todo necesario en
nuestra sociedad. ¿Y qué decir de esta obra desde el punto de vista literario?
¿Por qué no te decides por ella y compruebas por ti mismo qué más te puede
aportar? Estoy segura de que no te arrepentirás. Aunque, cuidado: también sé que
algo cambiará en ti después de leerla.
Cristina Monteoliva