Mariana Torres, dice la
nota biográfica de la solapa interior de “El cuerpo secreto”, escribe desde
siempre. ¿Qué recuerdas de tus primeros escritos?
Escribo desde siempre o, al menos, escribo desde que tengo
memoria. O más bien escribo para tener memoria, porque tengo el recuerdo de
empezar a escribir un diario para que no se me olvidara lo que ocurría. Cuando
era niña vivimos en muchas casas diferentes, nos mudábamos casi cada año por
causa del trabajo de mi padre, así que en algún momento empecé a anotar las
cosas que me parecían importantes. Al principio todo eran diarios, escribía
algunas pequeñas historias, pero las recuerdo más como esquemas, dibujos y
comienzos que como algo completo, con un final que pudiera sentir como tal. Lo
primero que recuerdo con unidad fue una poesía que nos encargaron para clase,
tendría unos once años, era un largo “poema” de aventuras en un castillo
encantado. Me divertía mucho, participaba todos los meses en un concurso de una
revista donde había que enviar resúmenes (en rima) de libros de “El barco de
vapor”, escribía muchas cosas de ese tipo, era todo un juego.
Mariana Torres escribe
desde siempre, pero sobre todo a partir del Taller de Escritura de Madrid de
2001. ¿De qué forma te ayudó o influenció el taller?
El Taller de Escritura me ayudó en todas las formas posibles.
Acababa de empezar una carrera que no acaba de gustarme, o más bien no acababa
de encajar en ella (porque la carrera, en sí misma, era una preciosidad: Químicas)
y descubrí, buscando en Internet, que “existían” clases de escritura. Empecé con
toda la ilusión, y encontré no solamente un lugar donde escribir, aprender y
compartir, sino un montón de amigos, tan diferentes y dispares entre sí que se
parecían más conmigo que toda la gente que había conocido antes. Y sobre todo
descubrí a profesores pasionales, que estaban entusiasmados por lo que
enseñaban, y compañeros de clase que asistían por voluntad propia, por gusto. Ambas
cosas fueron un tesoro, un lugar así es un entorno perfecto para aprender a escribir,
pero también a leer, a teorizar, a criticar.
A pesar de la
popularidad de los talleres de escritura hoy en día, todavía hay gente que
recela de ellos. ¿Cómo convencerías a estas personas de la utilidad de estos
talleres a la hora de formar escritores?
Creo que los más recelosos a los talleres de escritura serán, si
acaso, los que no los conocen. No creo que nadie con un mínimo de experiencia
literaria pueda decir que las clases de escritura no son útiles, es como decir
que no son útiles las clases de piano o de pintura. Tal vez si recelan de ellos
es porque no conocen de primera mano cómo se forma un escritor, no es algo que
crezca en el campo como las flores. Por otro lado siempre digo que las clases
de escritura son el principio de un camino, nadie sale convertido en escritor,
sino que sale con las herramientas que le permitirán, si sigue adelante, trabajar
como escritor. La formación del escritor es continua y nunca termina, como en
todas las disciplinas artísticas que conocemos. Y las clases de escritura hacen
este camino más corto, sí, pero solo el camino inicial, sirve para allanar los
primeros pasos, para evitar dar demasiados palos de ciego.
©Isabel
Wagemann. Foto facilitada por Editorial Páginas de Espuma.
El cuerpo secreto es tu
primer libro de cuentos publicado. ¿Qué ha supuesto para ti esta publicación?
Supone un primer paso muy importante, un primer paso real. Es como si
llevara media vida haciendo las maletas y marcando rutas en un mapa para, por
fin, empezar el viaje. Y llegados a cierto punto es necesario, al menos para
mí, porque sin la publicación del libro hubiera seguido trazando rutas nuevas y
comprando navajas multiusos. He tenido que cerrar la maleta y salir de casa,
con las cosas que me han cabido en la maleta y nada más. También tengo la
seguridad, después de tanto tiempo, de que en la maleta, aunque es pequeña,
llevo justo lo que necesito, que no falta nada. Al menos llevo lo que necesito
ahora para el primer viaje, ya la iré vaciando y llenando de otras cosas. Este
primer libro supone, por tanto, una enorme ilusión y curiosidad por cómo será
el viaje, por cómo se leerá el libro, qué pasará ahora que hemos empezado a
caminar.
¿Qué tiene que tener para
ti un buen cuento?
Un buen cuento tiene que atravesar al lector por algún lugar. Un
buen cuento no puede ni debe dejar indiferente. Para ello el cuento puede usar
el mecanismo que sea más efectivo, sea cual sea, y son mecanismos muy
diferentes en función del autor o del género y la extensión del cuento. Pero si
el texto final emociona, atraviesa y trastoca al lector, entonces es un buen
cuento. Lo que ocurre a continuación son efectos secundarios: buenos, malos,
agradables o no. Pero si no hay una conexión con el lector, una conexión fuerte
que le haga atravesar una experiencia, no hay buen cuento.
¿Dónde encuentras la
inspiración a la hora de ponerte a escribir?
En general en la propia escritura, suelo pensar escribiendo, las
ideas no se me ocurren mientras estoy andando por la calle (al menos no
generalmente). Sí suelo coleccionar imágenes que veo o sueño, o historias que
me cuentan o escucho en el autobús (es decir, historias robadas); pero eso solo
son apuntes. Hasta que no me siento a escribir una idea y a darle vueltas y
vueltas con palabras no suele ocurrir nada. Si mis ideas no pasaran por un
proceso de escritura no serían más que imágenes huérfanas. Tal vez potentes,
pero serían trozos sueltos, sin cuerpo de historia.
Los cuentos de El cuerpo secreto se mueven en el
fantástico mundo de la infancia. ¿Tiene algo que ver tu infancia con la de los
protagonistas de estas historias?
Esa pregunta es un poco trampa porque creo firmemente que en
todas las historias que puedan leerse, de cualquier autor, la infancia tiene
que ver y está influenciando de alguna forma (más o menos evidente, pero está
ahí). Los primeros años de vida no son algo de lo que podamos desprendernos al
escribir, aunque sea por omisión las experiencias de esos primeros años están
ahí debajo, contando a la vez que nosotros. A mí me ha ocurrido alguna vez, por
ejemplo, escribir una historia que yo pensaba que era totalmente inventada,
dársela a leer a mi madre (que a pesar de ser mi madre es muy buena lectora de
cuento) y que me comentara que eso que yo describía en la historia era una de
las costumbres más comunes de mi tío, por ejemplo, imagen que yo no tengo grabada
para nada como recuerdo de la realidad.
©Ático 26. Foto
facilitada por Mariana Torres.
Pero, ¿por qué la
infancia?
Este libro está muy conectado tanto con el elemento físico, el
cuerpo en si mismo (el origen, la tierra, las raíces, el carbono…) como con el
elemento emocional. Está muy poco conectado con el elemento racional, esa parte
nuestra más calculada, cerebral, razonada y razonable. Y es en la infancia
cuanto más presente está el cuerpo y la emoción y menos la parte emocional, el
niño vive intensamente y vive rápidamente, no tiene tiempo que perder con
tonterías. Así que la infancia, en este caso, tiene que ver con la temática y
la intención del libro. Y de hecho en el último cuento del libro el personaje
principal lo que hace es conectar con una infancia que tenía olvidada y
enterrada, volver a ella ya desde el adulto.
¿Y por qué tenemos más
narradores testigo que narradores protagonistas en estos cuentos?
Pues justamente porque muchos de los protagonistas son niños.
Cuando se trabaja con personajes niño, y más aún con el tipo de cuentos que componen
en este libro —donde los temas de fondo son el dolor y el cuerpo—, es más
verosímil utilizar narradores testigos, en primera persona las voces narrativas
correrían el riesgo de infantilizarse, que no es la idea para nada. Y también
porque en gran parte de los cuentos el protagonista debe ser la emoción del
lector, cada lector interpreta y aporta su emoción a la trama. Varios de los
cuentos son tan abiertos que, leídos por ejemplo por personas de diferentes
edades, se entienden de diferentes maneras.
¿Qué esperas que
encuentren los lectores en El cuerpo
secreto?
Espero que encuentren unas historias y unas voces que conecten
con sus emociones directamente, que tiendan un puente a esa zona un poco
tenebrosa y oscura que no comprendemos del todo. Que no encuentren historias
que puedan entenderse con la lógica básica. Que encuentren cuentos que, leídos
en diferentes momentos, puedan recibirse y resonar de maneras distintas.
©Isabel
Wagemann. Foto facilitada por Editorial Páginas de Espuma.
¿Qué nuevos proyectos
literarios tienes en marcha?
Suelo trabajar en varios proyectos al mismo tiempo y,
normalmente, alternar entre ellos para dejarles tiempo de reposo. En este
momento estoy más centrada en la reescritura de una novela en la que ya llevo
trabajando un par de años, estoy dándole una vuelta completa a la estructura
porque cuando terminé el borrador me di cuenta que tenía más sentido contarla
de otra manera. Pero también trabajo al mismo tiempo con cuentos, no es algo
que pueda dejar fácilmente o desprenderme de ello porque van orbitando y
construyéndose poco a poco, pasan por muchas y diferentes fases. Llega un punto
del proceso en que un cuento levanta la patita y es cuando me centro más en él
y lo cierro, después sigo con otra cosa o vuelvo a la novela. Son diferentes
procesos de maduración, cada cosa lleva su tiempo y tiene su proceso.
¿Te gustaría añadir
algo antes de terminar esta entrevista?
Sí, y aunque ya me has hecho un par de preguntas acerca de la
enseñanza de la escritura, y de cómo me he formado yo, me gustaría hablar del
trabajo que hacemos en Escuela de Escritores. Sobre todo del trabajo que
hacemos a distancia, que es donde yo estoy más enfocada, en los cursos
virtuales. Porque tenemos la sede principal en Madrid, y es un local precioso,
luminoso y con alumnos pululando por allí todas las tardes; pero gran parte de
los músculos y el corazón de Escuela de Escritores está en Internet. Es
relativamente sencillo residir en Madrid, o Barcelona, o Valencia, y encontrar
talleres literarios y clubs de lectura. Pero si resides en un pueblo de la montaña
de Huesca, por poner un ejemplo, no es tan sencillo acceder a la formación de
este tipo. Lo que me ocurrió a mí cuando encontré el Taller de Escritura de
Enrique Páez, le pasa cada día a más gente, gracias a Internet, y porque llegan
a nuestros cursos desde diferentes puntos de España, Europa y el resto del
mundo. Y es una experiencia preciosa de cara a los alumnos y también de cara a
los profesores. En los grupos presenciales siempre valoramos mucho la
diversidad de edades y profesiones de los alumnos, y lo más maravilloso de los
grupos de Internet es que, además de edades y profesiones diferentes, los
alumnos viven en los lugares más dispares y variopintos, con sus propias
tradiciones, costumbres, horarios. Eso enriquece muchísimo la experiencia del
grupo, y no quería dejar pasar la oportunidad de hablar de ello, ya que tienes
un blog que también llega, seguro, a todos los rincones del mundo. Esas
ventanas se agradecen muchísimo, los que vivimos en centros urbanos a veces nos
olvidamos de ello, pero es muy importante para mucha, mucha gente.
Muchas gracias,
Mariana, por tu tiempo, la foto que me has proporcionado y tus respuestas. Espero
que todos tus proyecto salgan adelante con éxito y que lo que nos has contado
resulte de interés a los que lean esta entrevista.
Gracias también por
animar a los futuros escritores a acercarse a los talleres de escritura
creativa. El tema de la formación en temas de escritura siempre me resultará
fascinante.
Y gracias también a
Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, por proporcionar el resto de fotos
para esta entrevista.
Cristina Monteoliva