Las primeras Historias
de Xuya de Aliette de Bodard traducidas al español y recogidas en un libro,
La maestra del té y la detective y Siete de infinitos, han tenido la cuidada edición que merecen con
Redkey y están disponibles para disfrutar y regalar desde el pasado otoño.
El universo que da contexto a las
historias de Xuya, es un mundo en el que fueron los chinos quienes descubrieron
y colonizaron América, de modo que el colonialismo espacial de la actualidad
está dominado por los imperios asiáticos. Las historias de esta autora son una
mezcla de Space Opera con ficción
tecnológica, aventura clásica y fantasía, en la que predominan los elementos procedentes
de la cultura vietnamita, una de las más importantes, aunque ni mucho menos la
única, donde se ha criado y ha bebido la autora.
En el caso concreto de La maestra del té y la detective y Siete de infinitos, se trata además de
historias de misterio inspiradas en las aventuras de Sherlock Holmes y Arsène
Lupin, respectivamente, pero de un modo más tangencial a como lo hace Neil
Gaiman en Estudio en esmeralda, por
ejemplo, puesto que la referencia no es la época victoriana, sino una serie de
valores asiáticos preponderantes, como el culto a los ancestros y el
enriquecimiento material como objetivo último de la exploración del espacio. Esto
lo cambia todo.
Son recurrentes en el imaginario de
Aliette los implantes de memoria, a veces ilegales, en los que un personaje
lleva consigo a todos sus antepasados, y con ellos su sabiduría, de manera que,
como dice la gran admiradora y difusora de la obra de Bodard, Leticia Lara, en
el caso de que se repita la historia, cosa que suele ocurrir, la protagonista
acarrea consigo el bagaje de ancestros que se vieron enfrentados en el pasado a
situaciones parecidas, y actúan en su mente como un consejo de sabios.
El culto a los antepasados y a la
familia está también en el modo en que han sido diseñadas las naves, guiadas
por una inteligencia artificial con madre humana, que incluye también la
memoria de alguno de los miembros de la familia de sus ocupantes, de manera
que, a modo de Jonás en el vientre de la ballena, los viajeros del espacio
ocupan un ser vivo con quien además están emparentados, y que se enfrenta al
triste conflicto de una vida con una duración muy superior a la de sus
parientes, a quienes seguramente tendrá que ver morir. Estas naves tienen
nombres poéticos como La hija de la
sombra, Bosque sombrío, El elefante en la hierba o Los tres en el melocotonero.
La importancia de la personalidad y
los traumas de las naves recupera también un antiguo elemento en desuso de las
novelas de caballerías, la presencia del caballo como un vehículo con
emociones, una personalidad más en el elenco de la historia, aunque Bodard lo
lleva mucho más lejos, tanto en el sentido narrativo como en la complejidad
técnica.
Otra consecuencia a tener en cuenta,
tanto del contexto moral y cultural que elige la autora dentro de su ficción,
como el momento actual de su realidad, es que se encuentra ya cómoda en un
mundo en que sus personajes femeninos pueden transitar entre la intensidad
emocional y la androginia de la función, sin necesidad de justificarse a sí
mismos. Los clásicos roles neutros o arquetipos, interpretados habitualmente
por hombres: el sabio, el camello, el buscador de tesoros, el drogadicto, el
vengador, pueden ser indistintamente mujeres terrestres o de algún otro
planeta, cargueros espaciales o inteligencias artificiales, sin necesidad de
explicarse en su feminidad, sino solo en las características de su misión o de
sus actos.
Puede parecer que a estas alturas es
una tendencia irrefutable, pero no es menos cierto que muchos autores deciden
ir por este camino de un modo impostado, intentando crear mujeres histriónicas
en las que se implantan rasgos decadentes del antihéroe del siglo XX, como
alcoholismo, inestabilidad, agresividad, tratando de subrayar el hecho de que
no están ahí por ser mujeres. Consiguen precisamente lo contrario. La elección
de Bodard, en cambio, se da de modo sencillo y natural, por la fuerza de los
hechos.
Bodard es una autora generosa y
eficiente, que trabaja la frase hasta hacerla límpida y directa, a pesar de su
belleza estética y de algunas dificultades menores, por ejemplo que hay que
acostumbrarse a los nombres vietnamitas y asiáticos en general, que a nuestra
memoria occidental le cuesta retener. A pesar de todo, la aventura se impone y
fluye de un modo que a mí me ha recordado a ese impulso de juego que nos
llevaba a engancharnos a nuestras primeras lecturas, cuando aún teníamos pocos
prejuicios lectores y los giros argumentales nos pillaban por sorpresa.
Rebeca Tabales