Queridos
lectores,
después de un
tiempo de parón, volvemos con las entrevistas en La Orilla de las Letras.
En esta ocasión la autora que nos acompaña no es otra que Inés Mendoza, que desde hace meses tiene a la venta en el mercado
su segundo libro de relatos: Objetos frágiles.
Inés Mendoza es escritora y arquitecta. Actualmente trabaja
como profesora en la Escuela de
Escritores. Ha publicado los libros de cuentos El Otro Fuego (Páginas de Espuma, 2010) y Objetos frágiles (Páginas de Espuma, 2017). Sus relatos han sido
recogidos en diversas antologías, entre las que destaca Mar de pirañas, nuevas voces del microrrelato español (Menoscuarto, 2012). También ha
impartido cursos en instituciones como el Museo
del Romanticismo y publicado artículos sobre literatura en medios de prensa
y libros colectivos, como Diodati, la
cuna del monstruo (Adeshoras, 2016) o Jules
Verne (Graphiclassic, 2017).
Dicho esto, ya solo queda que nos adentremos en la entrevista:
¿Cuándo comenzaste a
escribir?
No empecé en un momento preciso. He leído y escrito desde que
tengo memoria. De niña hacía poemas y cuentos que imitaban (o intentaban imitar)
los libros que leía; quería ser Marco Polo, el principito, y así sucesivamente.
En la universidad redactaba pasquines o panfletos políticos, y colaboraba en publicaciones
literarias o de arquitectura. Luego empezaron lo que llamo mis
“lecturas-revelación”, especie de ritos de paso que me han ido abriendo
perspectivas vitales o poéticas. Jamás olvidaré la primera vez que leí el poema
Abandonadlo todo de André Breton.
¿Qué autores o libros
te han influido como escritora?
¡Uff, son demasiados! Te hago un resumen. Ya para 2010, cuando
se publicó El otro fuego, mi otro libro,
la cosmovisión romántica había marcado mi forma de entender la escritura. De hecho,
fue por esos años cuando empecé a dar cursos sobre romanticismo. Debo mucho a autores
alemanes e ingleses como Byron, Blake, Novalis, Eichendorff o Hoffmann. He
seguido a Poe, Miller (Henry), Dunsany, Kafka, y Cortázar. Me siento en deuda
con los simbolistas franceses, los surrealistas de diversos lugares y épocas
(Leonora Carrington en particular), y las vanguardias. Por último, ciertas
corrientes extraliterarias han determinado mi visión del mundo: el existencialismo
feminista de Simone de Beauvoir, el sistema social pasional de Fourier, el
marxismo y el anarquismo. Parece una lista heterogénea, pero no lo es tal y
como yo la veo: una lista de autores románticos/as, entendiendo el romanticismo
como una filosofía que trasciende la corriente estética de Jena.
¿Cuál es el último
libro que has leído? ¿Nos lo recomendarías?
Suelo leer varios al mismo tiempo. Recomendaré dos: La lluvia en el desierto, que reúne la
poesía y los poemas póstumos de mi amigo Eduardo García. Edu es un escritor
auténtico, un intelectual excepcional, y un vitalista valeroso cuyos poemas, aforismos,
y ensayos serán un descubrimiento para cualquier lector. Ahora mismo acabo de
leer El anillo de Pushkin, de Juan
Eduardo Zúñiga, un libro inclasificable que es al mismo tiempo un homenaje a la
gran literatura rusa y un conmovedor testimonio de amor a los libros, a la
poesía.
¿Por qué escribes
relato y no novela, por ejemplo?
Pues no te creas; entre mis veinte y mis treinta años escribí
dos novelas. Una era algo así como una relectura de Rayuela y de El libro de
Manuel; la otra era una suerte de exploración erótica. Lo que pasa es que a
medida que me formaba como escritora me iba dando cuenta de que la novela no
era mi género, y descarté los dos manuscritos.
Eso no significa que si un día necesito escribir una novela o un
poemario no lo haga, pero vamos, que tengo claro que mi género es el breve. Por
otra parte, soy una escritora lenta, y tengo la impresión de que me aburriría escribir
sobre el mismo argumento durante años; cosa que es inevitable, creo yo, si se cultiva
el género novelístico.
© Víctor García
Antón.
Por cierto, ¿qué
ingredientes tiene que tener un cuento para que sea bueno, según tu opinión?
Bueno, hay muchos tipos de cuento. Unos se acercan al poema en
prosa o al microrrelato. Los hay realistas y fantásticos, detectivescos o de
ciencia-ficción. En principio no rechazo ningún texto por su género. Numerosos relatos
de Carver recurren a estructuras clásicas y son obras de gran inteligencia y
sensibilidad. Lo mismo digo de las narraciones experimentales de Cortázar o Borges.
A mí lo que me interesa de un libro es la calidad. No hablo de
excelencia, hablo de responsabilidad. ¿Qué busco en un relato? Para empezar,
que me conmueva en el plano de lo sensible. Tengo la manía de clasificar los libros
en dos grupos: el de los que no tienen “el espíritu” (en el sentido filosófico,
no en el religioso) y el de los que sí lo tienen (en distintos grados). Por
regla general, necesito de un texto que se sustente en un discurso de respaldo,
que mantenga alguna postura ante la realidad, aunque lo haga con fantasmas o marcianos.
En cambio no me interesan los escritores que carecen de mundo, los autores comerciales
o los que buscan medrar. Cualquiera está en su derecho de vender, claro, pero
yo no quiero perder el tiempo. Aparte del “espíritu” y el discurso, también valoro
el oficio en un libro; creo que el esfuerzo técnico es una muestra de responsabilidad
social y respeto por el lector. Me importa, más que ninguna otra cosa, la autenticidad. En
eso coincido plenamente con los románticos, y más en nuestra época, que refrenda
el famoseo y presta tan poca atención a la poesía.
¿Cuánto tiempo has
tardado en reunir los dieciocho relatos que componen Objetos frágiles?
Unos seis años. Solo que no fue exactamente que los reuniera.
Desde el momento en que creo que tengo un libro, empiezo a descartar cuentos, a
imaginar el sentido del conjunto y de cada texto, a probar distintas opciones
para ordenarlos, a hacerme preguntas sobre el significado de lo escrito, lo que
puede aportar, etc. Todo esto lo hago en varios años, no de una tacada.
¿Cuál de los relatos de
este libro te ha costado más escribir?
Me costó mucho Todo lo
sólido. Mucho no: muchísimo. A lo mejor es porque se trata de un texto
expresionista, expositivo, difícil de componer. Al principio este relato tenía
la extensión (y hasta la estructura) de una nouvelle; luego eliminé una parte del
argumento y lo reescribí, pero no me gustó el resultado y lo descarté; no lo
veía. Más tarde descubrí, casi por azar, que este relato tocaba todos los temas
del libro. Esto me encantó, entre otras cosas porque en las primeras versiones
del cuento la protagonista estaba traduciendo El paseante de las dos orillas, de Apollinaire, uno de mis libros
más queridos. Así fue como me di cuenta de que Todo lo sólido paseaba por los demás textos, los recorría, al igual
que Apollinaire paseaba por mi amada Paris. Después de eso pasé meses reescribiendo
el texto y finalmente lo incluí en el volumen.
¿Por qué has decidido ordenar
los relatos en tres secciones distintas?
No fue una decisión; es algo que ha ido pasando. Probé varias
formas de organizar el libro. Al final, creo que el orden resultante es una
mezcla de todas esas tentativas. Lo suyo es que sean los lectores quienes
interpreten el sentido (o sin sentido) de las tres secciones. Mi interpretación
es que “Ritual de las manos” agrupa los cuentos más oníricos, los que tienen
algo de presagio y también revelan mi deseo de convertirme en una buena
soñadora. Como el propio título indica, “Guantes amarillos” reúne las piezas más
decadentes o “neodecadentes”, las que protestan contra nuestra época, contra
los retrocesos en materia social. La tercera sección es una mezcla de las otras
dos y recoge los relatos más reflexivos. Viene a ser una especie de conclusión
abierta, un verso de cierre de ese poema narrado al que aspiro que sea todo el libro.
En Objetos frágiles encontramos muchos relatos en los que los lugares
míticos inventados y los sitios abandonados tienen mucho protagonismo. ¿Podrías
contarnos algo sobre los motivos que te llevaron a escribir sobre ellos?
Soy arquitecta. Me fijo mucho en las ciudades, en las
literarias, las físicas, las nuevas, las
antiguas, en las desoladas o las utópicas; en las formas humanas de agrupación.
Soy también una paseante de dos orillas. Sin embargo, cuando describo o imagino
estas ciudades, sus arquitecturas, no soy totalmente consciente de lo que hago,
es más como si meditara dentro de un sueño. Me inunda la idea de una ciudad
abandonada, Art Nouveau, o maligna, como la de Arcontes ,
por ejemplo, y entonces la deseo, deseo verla y tocarla, la sueño, o hasta la temo. Llega el momento
en que necesito construir esa ciudad, y la construyo con palabras. Escribirla
es como una manera de darle vida.
© Elena Martín
Barce.
La inseguridad y la
ruptura del equilibrio son también constantes en los relatos de Objetos frágiles. ¿Intentas advertir a tus lectores de los peligros de
acomodarse en la vida, de no estar atentos a lo que puede venir?
Mi intención no era hacer advertencias a nadie; es mi forma de
ver las cosas, el mundo, la
realidad. Es verdad que acomodarse a “lo que hay” me parece
nefasto, pero no solo ahora, sino en cualquier período histórico. No soy nada conformista;
y aunque tiendo al pesimismo y lo defiendo, soy una utopista sin remedio, una enragée nata. Supongo que por eso mismo
soy tan cómplice de los románticos y de ciertas vanguardias. Pero mi intención
con el libro, si la hay, es más inspirar que advertir.
La amistad también es
un tema recurrente en Objetos frágiles.
¿Es un tema que en tu día a día te preocupa?
Me importa la amistad. Siempre me ha importado. Como he dicho
en otra entrevista, doy una importancia suprema a los vínculos electivos. Es un
“objeto frágil”; un tipo de relación que hay que cultivar, yo hasta diría que
la amistad, no la familia, es el verdadero germen de toda sociedad, y no
digamos ya de toda sociedad armónica.
En este libro
encontramos también una escritora en crisis. ¿Estuviste en crisis en algún
momento de la escritura de Objetos
frágiles? ¿Es por ello que has tardado tanto en publicar este segundo libro
tuyo?
La razón por la que tardé seis años no es que pasara por una crisis
de inspiración o algo parecido. Sencillamente soy una escritora lenta. Tampoco
tengo prisa por acumular publicaciones, jamás la he tenido. Cuando estoy
haciendo un libro descarto textos, medito y mimo cada relato, me hago preguntas
sobre el mundo, la literatura, etc. Lo que no hago cuando escribo es medir el
tiempo. Me cuesta imaginarme a Baudelaire preocupado por publicar un poemario
cada dos años para “hacer carrera”. Y yo a Baudelaire siempre le hago caso.
¿Qué esperas que
encuentren los lectores en Objetos
frágiles?
En la época de mi primer libro veía la literatura como una
máquina para perder la
ingenuidad. Pensaba que los libros contribuyen a que la
historia se mueva, a que el mundo cambie. En parte sigo creyendo ambas cosas,
pero hoy diría que los libros –y cualquier actividad poética- son más que nada balsas
de rescate. Porque si una novela como la Lucinde
de Schlegel pudo atravesar el tiempo, llegar hasta mí en 2010 (que fue cuando
la encontré), y cambiar mi percepción de la realidad, entonces la poesía
escrita sí tiene algún poder de transformación. Querría que Objetos Frágiles fuera eso: una balsa de
rescate. Una herramienta que contribuyera a reinventar o rescatar fenómenos en
peligro como la desobediencia, los sueños, la poesía, el exceso, la aventura o las
utopías. Cambiar el mundo nunca pasará de moda. Siempre habrá playas bajo los adoquines
de hoy o de mañana. De algún modo, Objetos
frágiles exterioriza la forma concreta de mi deseo de transformar la vida.
¿Qué nuevos proyectos
tienes en marcha?
Estoy empezando a escribir, no sé qué saldrá, aunque querría
seguir una línea más parecida a la
de Todo lo sólido, el último relato del libro,
un tipo de texto como más expresionista. Ahora estoy con un poema en prosa y un
relato largo. No sé qué pasará, y me gusta no saberlo.
Muchas gracias
por tu tiempo, tus respuestas y tus fotos personales, Inés. Suerte con lo nuevo
que estás escribiendo y con Objetos frágiles.
Y
a vosotros, amigos de La Orilla de las
Letras, gracias por estar un día más al otro de la pantalla. Ahora, ¡a
leer!
Cristina
Monteoliva