Ahora que hemos visto Blonde, la película de Netflix basada en
la novela de Joyce Carol Oates del mismo título; ahora que muchos han decidido
que lo mejor de la película es la novela (incluso algunos que no la han leído),
es el momento perfecto para recomendaros Los
caballeros las prefieren muertas, de Carmen Moreno, que aborda la biografía
de Marilyn desde una perspectiva feminista y, lo más importante, muy personal.
En primer lugar es
refrescante el punto de vista, pues para hablar de Marilyn como mujer
emprendedora, inteligente y fatal (no tanto por lo que ella le hizo a otros,
como por lo que se hizo a sí misma, con la ayuda inapreciable de otros), se
preocupa de investigar en la conducta de los hombres que decían quererla y
respetarla. Es imposible contar bien la historia de Marilyn sin narrar en
profundidad los perfiles de los hombres a los que quiso, o a los que quiso
querer.
Siempre he pensado que Marilyn
no tuvo una vida amorosa inestable porque ella fuese caprichosa, soñadora, ni
siquiera porque tuviese difíciles cuestiones psicoemocionales que resolver, sino
porque, sencillamente, no terminaba de encontrar lo que buscaba. Estaba acostumbrada
a sacarse las castañas del fuego solita, a lograr lo que quería, a trazar su
propio camino, y no es raro que creyese poder definir del mismo modo su vida
amorosa. El problema es que la tentación de usar el personaje que le había
abierto tantas puertas en el cine, esa rubia ingenua, picante y complaciente, con
voz de niña, era demasiado grande, y su talento como actriz era tan inmenso que
conseguía engañar a los hombres o, más bien, se engañaba a sí, a través de
ellos.
Ella era la fantasía de
muchos, y en cierto modo, fue también la fantasía de sí misma. Creyó que podría
construir una vida privada con un hombre al que sedujese como Marilyn y que
descubriese, durante el noviazgo, la convivencia, el sexo, el ser humano que
había más allá de Monroe, incluso más allá de la Norma Jean que conocemos,
porque eso es el amor: que alguien te descubra, que alguien te vea como nadie
más te ve. Pero, una y otra vez, se encontraba con ineptos que se la llevaban a
casa y se creían que la fiesta de disfraces continuaba.
Muy a menudo se narra la decepción de sus
parejas al conocerla realmente fuera del personaje. Su primer marido, que creía
que sería siempre esa joven de belleza natural que se hacía honestas fotos, con
lazos en el pelo sin teñir, y que lo esperaba mientras el luchaba contra los
malos. La estrella del deporte que se imaginó una mujer apropiada para habitar
con ella un eterno anuncio de cereales. El dramaturgo que nunca llegó siquiera
a sospechar que tenía mucho menos talento que ella para crear personajes (lo
digo en serio, el talento de Arthur Miller estuvo muy sobrevalorado). Pero es
la primera vez que yo veo descrita la decepción de Marilyn, por encima de la de
ellos, de forma tan clara y diáfana como se hace en este libro.
A Monroe la entendieron
mucho mejor algunos de los hombres con los que trabajó, que los que
supuestamente la amaron, porque había que tener una sensibilidad especial para
ver transparentarse a Norma Jean detrás de Marilyn sin dejar de apreciar su
encanto. Precisamente uno de los mayores problemas que tiene Blonde la película, para mí, es que se
queda flotando en esa balsa de aceite que es el físico arrebatador de la actriz,
y lo explora de un modo hipnótico, hiperreal, estético. Pero no revela nada de
ese agua abisal, ese océano que hay debajo, y la narrativa, ya sea verbal o
visual, debe tratar de revelar lo que está escondido, o tergiversado.
Uno de estos hombres
con quien se entendió, con esa armonía muda, típica de los amantes, fue André
de Dienes, su fotógrafo y amigo, cuya relación también está agudamente
retratada en Los caballeros las prefieren
muertas. Otro que la comprendió perfectamente fue Billy Wilder quien,
durante el rodaje de Some like it Hot
(Con faldas y a lo loco) se guio por
la máxima: “Si Marilyn sale bien, la
escena está bien”. Él mismo soltó así, con esa facilidad con que le salían las
líneas de diálogo geniales, la siguiente metáfora:
“La
cámara es como un ojo en el corazón de un poeta.”
Seguramente, con ese
ojo es con el que la actriz hubiese querido que la mirase el padre de sus
hijos, al menos un amante fugaz. Pero no pudo ser. Murió, como dice Carmen
Moreno, de desamor.
Pero yo ya sabía, desde
el principio del libro, que mi imaginación estaba en buenas manos, porque
Carmen Moreno hace una declaración de intenciones en las primeras páginas:
“Ninguna
biografía se ajusta a la realidad, como mucho, tan solo a los datos. (…)
Cualquier
intento por plasmar la existencia de otro no es más que un experimento fallido,
realizado en un museo.
Más
allá de las moléculas, las fechas o los sucesos, Marilyn Monroe es la suma de
todo aquello que nadie podrá escribir nunca”.
Y así es.
Rebeca Tabales