Título: Las ratas del Titanic
Autor: Pedro M. Domene
Edita: e.d.a. libros
Páginas: 157
Precio: 9,90 €
Los fondos marinos están llenos de
barcos que han naufragado a lo largo de los siglos. De muchos de ellos, poco se
conoce; de otros, sin embargo, tenemos muchos datos. Aunque siempre puede
quedar alguien que no sepa de ellos pero que no le apetezca adentrarse en el
tema pesadamente. En este caso, siempre es interesante leer una obra
divulgativa y amena para informarse. Como Las
ratas del Titanic, libro de Pedro M. Domene que tiene como escenario el
famoso barco.
Miércoles, 10 de abril
de 1912. Los números pasajeros de toda condición social van subiendo al Titanic
dispuestos a pasar un agradable viaje con destino final Nueva York. Así lo
hacen también las ratas, capitaneadas por Matt, un ejemplar joven pero valiente
que hará todo lo posible por que sus congéneres viajen en las mejores
condiciones posibles. Durante el viaje, Matt conocerá a un montón de nuevos
amigos. Entre ellos se encuentra Kitty, una preciosa rata de campo que no para
de meterse en problemas. Aunque, ¿qué problema más grande puede hacer que el
inminente hundimiento del gran barco?
La noche entre el 14 y
el 15 de abril de 1912 se hundía el Titanic. El gran transatlántico, el más
rápido y majestuoso de su época, no soportó el envite de un iceberg. La escasa
provisión de botes salvavidas, las condiciones climatológicas y de la zona,
etc, propiciaron la muerte de gran parte del pasaje. Y de las ratas que
viajaban en el barco, por supuesto, tal y como nos cuenta esta novela.
Así, según Las ratas del Titanic, el barco habría
salido de puerto el 10 de abril cargado tanto de personas como ratas. Mientras
los humanos comían opíparamente, paseaban por las cubiertas o descansaban en
los camarotes, las ratas de esta historia harían cosas típicas de roedores;
pero también otras más propias de los humanos, como tocar instrumentos musicales,
bailar o maravillarse con los hermosos salones del barco.
Las ratas son unos
seres muy inquietos, siempre están moviéndose de un lado para otro para no ser
descubiertas. Esto favorece no solo que los lectores conozcan la totalidad del
gran barco, sino también todo lo que en él aconteció hasta el final del
naufragio. Esta es, sin duda, una forma entretenida y divertida de enseñar algo
de historia a los más jóvenes. O no tan jóvenes, pues para mí Las ratas del Titanic, más que una
novela infantil-juvenil, es lo que yo denomino una novela para todos los
públicos.
Los personajes están
muy bien perfilados. Entre ellos destacan Matt, el joven jefe ratuno, y Kitty,
la intrépida rata de campo. Los dos son muy diferentes, pero pronto se conocen
y empiezan a entenderse. La cuestión es: ¿sobrevivirán los dos al naufragio?
Las descripciones son
muy precisas, sin llegar a ser recargadas, hasta el punto de hacer que el
lector crea estar dentro del barco durante la lectura.
Si hay algo que me
gusta especialmente de este libro es la narración en sí, amplia en vocabulario
y nada simplista. Una narración que dista mucho de la de otros libros
publicados últimamente, que parecen tratar a los jóvenes como seres incapaces
de comprender ciertas cosas, cuando hoy en día los niños y adolescentes están
más espabilados que nunca. Esto hace también lo que decía anteriormente: que
este libro pueda ser leído y disfrutado también por adultos que tengan ganas de
vivir la historia de una forma más divertida.
Las
ratas del Titanic es un libro ilustrado. Tanto la portada
como las ilustraciones interiores en blanco y negro corren a cargo de Caty
García. Las ilustraciones nos muestran a las ratas efectuando acciones que
vienen reflejadas en los capítulos. No entiendo mucho de dibujo, pero creo que
los de este libro complementan bastante bien la narración.
Las
ratas del Titanic, en definitiva, esta obra llena de
aventuras, amor ratonil y sucesos históricos reales relacionados con el Titanic,
es una buena opción para aprender en poco rato qué pasó con el aquel gran
transatlántico mientras sigues a las ratas con sus cosas de roedores. Una
lectura muy recomendable para jóvenes curiosos o no tan jóvenes. ¿Te atreves a
comprobarlo?
Cristina Monteoliva