A continuación, algunos fragmentos de los relatos que podréis encontrar en EL RAYO QUE NOS PARTA, de Jesús Artacho:
EL
RAYO QUE NOS PARTA
Por aquí apenas
pasan coches. El negocio no da para mucho, pero al dueño no le entra en la
cabeza: cerró la gasolinera y luego la ha vuelto a abrir. Mientras haya para
seguir tirando… No es que haya sido siempre así. Antes de que abriesen la
autovía, este era un sitio transitado, pero luego, cuando terminaron las
obras, la gente dejó de venir y poco a poco nos fuimos quedando solos, la
soledad se nos fue adhiriendo al cuerpo como una costra, en realidad como una
herida en carne viva. Mi madre me lo avisó. Pero a veces no oímos, no queremos
oír y los cantos de sirena nos atrapan en su telaraña y nos vamos a la mierda
sabiendo que está en nuestra mano no caer tan bajo, es la vida, pero algo nos
empuja, y nos nubla la vista y nos pone la zancadilla para que tropecemos.
Al menos no hay
malas vistas, nos queda el consuelo sentimental del espectacular cielo
sangrante de los atardeceres. La carretera pide a gritos una buena capa de
alquitrán, desgastada por el tránsito parsimonioso de camiones pesados y
tractores. A veces alguien llega, para el motor pero no reposta, ni siquiera
por consideración, simplemente se baja del coche y pregunta por el camino
porque se ha perdido. Si me quedase algo de esperanza diría que es desesperanzador,
pero va a parecer que intento dar lástima. No es eso, créanme, durante la mayor
parte del tiempo nada de esto me afecta, al fin y al cabo el negocio no es mío,
pero mi situación en muchos aspectos es deficitaria y a veces, cuando me voy a
la cama o me miro desnuda en el espejo, me pregunto a qué se reduce todo.
A
qué se reduce todo.
(Inicio del relato “El rayo que nos parta”)
PHILLIES
Phillies. Así se
llama la papelería de mi padre. No pudo ponerle cualquier otro nombre: tuvo que
ser Phillies.
Es por el pintor
Edward Hopper. En un cuadro suyo, titulado en inglés Nighthawks, hay un
bar o un restaurante que se llama Phillies.
No tengo ningún
reparo en decir que el cuadro no me gusta. Es más: incluso lo detesto. En el
cuadro que les digo no hay nada, sólo una calle desierta y cuatro personas: una
mujer y tres hombres. Uno, que lleva un gorrito blanco, está tras la barra de
Phillies. Los otros dos, trajeados, llevan un sombrero de fieltro. Uno está
solo y de espaldas, y el otro, que parece estar fumando, aunque en el cuadro no
se observa ni pizca de humo, quizá no haya encendido aún el cigarrillo y sólo
lo sostenga entre los dedos, el otro, digo, está acompañado por una mujer rubia
de vestido rojo que, dicho sea de paso, no se ve muy animada. De hecho, parece
que se esté mirando las uñas, de puro aburrimiento. Pero si uno presta
atención descubre que no es así, sino que mira un pequeño papel que sujeta
entre los dedos. Total, que en el cuadro no pasa nada. No se mueve ni una
mosca.
No
sé por qué mi padre le puso ese nombre a la papelería. Cada vez que se lo
pregunto me dice que porque le gusta, o cosas por el estilo para salir del
paso, pero barrunto que en el fondo tiene que haber otras razones. Mi padre no
es un entendido en arte, ni mucho menos, e incluso sospecho que Nighthawks es
el único cuadro que le gusta.
(Inicio
del relato “Phillies”)
EL EXILIO INTERIOR
Interrumpió de golpe
la canción que estaba tarareando mientras se secaba. Algo inquieto, detectando
ciertas variantes, barrió con la mirada el cuarto de baño, ahora que la nube de
vapor permitió a los objetos delimitar sus formas. El diseño de los azulejos
se le antojó tan extraño como ridículo, el bidé había desaparecido, el espejo
era ahora oval.
Desde
la cocina, una voz lo reclamaba cada vez con mayor urgencia. Hora de cenar. Se
apresuró a bajar las escaleras: el pasamanos, el color del mármol… Para cuando
se sentó a la mesa de la cocina, varias veces se había preguntado dónde
estaba, porque aquella no era su casa. Como tampoco era su esposa la
mujer que se comportaba como tal y le pedía que le pasase el pan con la voz
monótona de quienes llevan años conviviendo.
SALÓN CON BUQUE
Huete busca las zapatillas debajo de la
cama. Entonces, algo extraño nota. Hay bajo el colchón una planta, una planta
que Huete identifica como hiedra.
Huete no la ha
plantado allí. Huete no tiene plantas en casa y lo ignora casi todo sobre las
plantas. Huete se pregunta si la hiedra es una planta que se planta o una
planta que crece por voluntad propia.
Hinca las rodillas en el
suelo y observa la hiedra, que para brotar ha resquebrajado una baldosa. Luego
recobra su verticalidad algo encorvada y, antes de acostarse, con la mente
todavía en la hiedra, se encoge de hombros.
(Inicio
del relato “Salón con buque”)
GREGUERÍA
La
j es una i recibiendo un soborno.